Treme (Cuarta Temporada) (2013)
Tiene que ser difícil ser Usain Bolt. Estar obligado a ganar todas las carreras, a dar espectáculo siempre y además a batir sus estratosféricas plusmarcas. Digo esto, porque la expectación que aglutina el portento jamaicano, debe asemejarse mucho a la que concita David Simon. Ser el responsable de una de las, si no LA, joya de historia de la televisión, The Wire, significa automáticamente, que se espere de ti la siguiente maravilla e incluso (puestos a pedir), que mejore el precedente. Y ya que con las últimas horas de 2013, también sonaron las últimas notas de la cuarta (y última) temporada de Treme, no hay mejor excusa para hincarle el diente a esta joya.
El planteamiento temático de la serie era el de acercarse a la ciudad de Nueva Orleans, en el momento inmediatamente posterior a la devastación sufrida por el Huracán Katrina, en agosto de 2005. Retratar a un puñado de personajes y dar cuenta de cómo reconstruir no sólo las estructuras materiales arrasadas, sino la propia vida.
Habida cuenta de la crudeza y desesperanza que desprendían sus anteriores creaciones: The Corner, The Wire y Generation Kill, cabía anticipar de Simon un nuevo calvario y sin embargo esta es la obra más luminosa, personal y positiva de cuantas ha gestado.
Hay un concepto de la Química que nos ayudará a entenderlo. Se le llama “resiliencia” (es algo más que la resistencia) a la magnitud que expresa la energía generada por la materia al aplicarse tensión sobre ella. Y referida a los seres humanos, el concepto ha venido aplicándose a la capacidad de los sistemas para sobreponerse a las catástrofes o crisis. Y eso, es lo que significa Treme, un retablo contemporáneo de la resiliencia. Y el showrunner, como buen antropólogo, ha expresado en los 36 capítulos algunas de sus certezas:
El descrédito de las instituciones. Ni en la indignación (representada en el dramático Creighton de John Goodman) de su primera temporada hacia la política de Bush (2005) que gestionó con indiferencia las consecuencias de la catástrofe, ni en la decepción de Obama (con cuya elección, 2008, arrancó su última temporada) podemos encontrar respuestas.
La educación como motor de las transformaciones. Ya estaba en la cuarta temporada de The Wire, y aquí lo encontramos de nuevo en el personaje de Antoine Batiste, en ese músico (a un trombón pegado) que defiende con pasión las clases a sus jóvenes alumnos.
La cultura como nutriente fundamental de la existencia. La música a la que hay que dedicar un espacio a parte, pero también la cocina y el folklore, han sido pilares fundamentales de las tramas. La talentosa violinista Annie, que acaba sucumbiendo a la comercialidad, la emprendedora Janette, que termina siendo dueña de su propio negocio culinario y el magistral personaje de “El Gran Jefe” indio Albert, han sido claros exponentes de la profundidad y verismo de los personajes que habitan esta magna obra.
Y el ser humano, siempre el ser humano. Un loco (entiéndase aquí apasionado y efervescente) locutor de radio, el eléctrico Davis McAlary, y una camarera (una de las actrices fetiche del autor, Khanndi Alexander), LaDonna, ofrecen dos visiones ante la vida. El primero termina riéndose de todos y de sí mismo (el bautismo del capítulo final) como solución para resistir tanta frustración. La segunda, es la representación misma de la dignidad.
Su personaje, debe enterrar a su hermano en la primera temporada, sufrir el vandalismo (segunda) en su propio negocio y experimentar la injusticia (tercera) en la aplicación de la Ley. Y al final, después de recibir el amor de Albert, debe despedirlo. Sus tramas, nos permiten entender que un tratamiento dramático del guión no significa ser sensiblero o directamente un pornógrafo emocional. Sus duros y graves conflictos son mostrados con el máximo rigor, y la máxima emoción, pero sin manipular al televidente. Ellos son la esperanza que proyecta Treme.
Es cierto que las series de Simon necesitan algunos capítulos para entrar. Los personajes de sus guiones, ya están viviendo antes de que los visitemos y no nos piden permiso para hacerlo. Si el espectador hace el esfuerzo por aceptar esta propuesta, lo que recibe es un regalo. Da igual si nos gusta el Jazz o no, si conocemos New Orleans o no, si nos perdemos en alguna de sus tramas. El humanismo de Treme es aire para los pulmones. Oxígeno, necesario en época de poluciones morales, políticas y financieras.
Lo ha vuelto a hacer. A pesar de su escasa repercusión en audiencias y en los medios, ha ofrecido una obra magna, capital e imprescindible. Ni Usain Bolt lo supera.
Fco Javier Rueda Ramirez