The Leftovers (segunda temporada, 2015)
Nota: 9
Creadores: Damon Llindelof, Tom Perrotta (Novela: Tom Perrotta)
Dirección: Peter Berg, Carl Franklin, Mimi Leder
Reparto: Justin Theroux, Carrie Coon, Christopher Eccleston, Liv Tyler, Amy Brenneman, Ann Dowd, Amanda Warren, Michael Gaston…
Fotografía: Todd McMullen
Duración: 60 Min.
Tras una primera temporada que dejaba múltiples frentes abiertos, hubiera sido muy fácil caer en la tentación de retomar cualquiera de las líneas argumentales que hicieron de The Leftovers la serie más inquietante de los últimos años. Sin embargo, una vez agotado el contenido de la novela en la que se inspiraban los diez primeros episodios, sus creadores parecen haberse liberado de las restricciones propias de este texto y han optado por un camino mucho menos evidente y sumamente arriesgado: cambio de contexto y una elipsis que deja mucho a la imaginación.
Huelga decir que las consecuencias podrían haber sido catastróficas, razón de más para admirar la excepcional creatividad que Lindelof y Perrotta siguen exhibiendo en sus propuestas narrativas. Al igual que en la primera temporada, encontramos episodios monográficos dedicados a un personaje concreto, que bien podrían funcionar como mediometrajes independientes merced a su estructura relativamente autónoma. Sin embargo, la perfecta tela de araña tejida por sus guionistas consigue una cohesión que no sólo beneficia a esta segunda temporada sino que revaloriza la primera.
Una vez más, el capítulo dedicado al reverendo Matt Jamison (Christopher Eccleston) destaca por su intensidad narrativa y por su inquietante punto de partida, ofreciendo picos emocionales que se resisten al olvido con el paso del tiempo. No le va a la zaga el protagonizado por Laurie Garvey (Amy Brenneman) y su hijo Matt (Chris Zylka), que rescata a estos personajes de un ostracismo pertinentemente orquestado, supone un magnífico ensayo sobre la fe y vuelve a poner en el mapa a los Guilty Remnants. Pero entre todos ellos, brilla con luz propia la maravillosa orgía onírica dedicada a Kevin Garvey (Justin Theroux).
Precisamente, este penúltimo capítulo se permite la licencia de concentrar en sus márgenes buena parte del imaginario que da cuerpo a esta segunda entrega. Este Asesino internacional rima conceptualmente con el impactante flashback que en la temporada anterior reproducía el momento de «la desaparición». Lo que en cualquier otra serie podría haber sido calificado como un despropósito con D mayúscula, encaja a la perfección en el espíritu de The Leftovers, y, más aún, en el momento personal de su desorientado protagonista que, en consonancia con la serie, parece moverse al son del sugerente Where is my mind de The Pixies.
Una vez más, los guionistas demuestran su facilidad pasmosa para la construcción y manipulación de los personajes, tal y como se deduce de la exasperante Patti Levin (Ann Dowd), pesadilla hecha realidad de Kevin Garvey y responsable de convertir el Never Gonna Give You Up de Rick Astley en una impensable marcha fúnebre, o del rendimiento obtenido de personajes secundarios que acaban convirtiéndose en estrellas de la función: por poner un ejemplo, la inolvidable Meg Abbott encarnada por Liv Tyler, que pasará a la historia televisiva como la más maquiavelica de las malvadas.
Pero no menos importante es la carga metafórica que incorpora esta segunda temporada, en la que las costumbristas calles de Mappleton son relevadas por un próspero parque temático con aspecto de población, cuya principal fuente de ingresos emana de la fe. Sin embargo, Miracle no sólo representa el lado más oscuro de la religión. El hecho de que sea un lugar inaccesible, excepto para los elegidos y los autóctonos, lo convierte en una suerte de tierra prometida que protege sus fronteras y su negocio como si la seguridad, el bienestar y la esperanza fueran patrimonio privativo de unos pocos privilegiados.
Al igual que en la temporada anterior, el argumento de The Leftovers sigue siendo una de las cuestiones menos relevantes de una serie que no está tan interesada en narrar la clásica historia en tres actos como en abordar una variedad de temáticas como la religión, la inmigración, y la superación de un trauma global, que merecen tratamientos más conceptuales. Hablamos de una serie con personalidad propia en la que los argumentos y los personajes aparecen y desaparecen como el conejo de Alicia en el país de las maravillas para abofetear nuestros sentidos y recordarnos que vivimos tiempos extraños. Por esa misma razón, el desenlace de esta segunda entrega convierte en premonitorio el Let the mistery be de Iris Dement, que lidera, delicada y emotivamente, la cabecera de todos sus episodios.
Carlos Fernández Castro