Riverdale (2017)
Basta con ver cinco capítulos de Riverdale para confirmar que no estamos ante la típica serie de adolescentes americanos. Sin embargo, el contexto es familiar (un pueblo en mitad de ninguna parte que se encuentra cómodo en su burbuja de cristal) y los estereotipos también (las animadoras, la chica rebelde con propósito de enmienda y la estudiante aplicada que aspira a conquistar el corazón del capitán de fútbol). Tampoco faltan el instituto, la (¿única?) cafetería en la que uno puede encontrar tanto a sus amistades como a sus enemigos más acérrimos, el drive-in abandonado que representa la decadencia del séptimo arte (¿en favor de las series?) y un puñado de viviendas unifamiliares que guardan más trapos sucios de los que pueden lavar.
Para romper la monotonía, los creadores de la serie se inspiran libremente en el espíritu misterioso de Twin Peaks, muerte de impacto social incluida, y siembran cada episodio de volantazos narrativos tales como romances secretos, conexiones inesperadas entre sus personajes, nuevos sospechosos dispuestos a sembrar la incertidumbre en el respetable, pasados tormentosos que salen lentamente a la luz. Llama la atención que frente a estas sorpresas hábilmente dosificadas encontremos situaciones que carezcan de toda naturalidad y solo respondan a la construcción poco esmerada de sus personajes y a una puesta en escena demasiado perezosa incluso para un producto televisivo.
Para celebrar el nuevo milenio, Netflix rinde su homenaje al cine de los 80 en particular y al séptimo arte en general (todos sus episodios tienen título de películas conocidas: Doble cuerpo, Sed de mal, La última película, En un lugar solitario, Rebeldes…) con la mente puesta en la serie capital de los años 90. Sin embargo, la principal influencia de esta producción es Archie, un cómic americano del que provienen todos sus personajes y cuyas primeras referencias se remontan a los años 40. Como jefe creativo de Archie cómics y showrunner de la serie, Roberto Aguirre Sacasa se ha encargado de que Archie, Jughead, Betty, Verónica, los Blossom y el resto de personajes de la serie respeten la estética del material original (prendas de vestir, color del pelo…) a pesar de que la trama sea de creación propia para evitar spoilers y basar la fuerza de su propuesta en el ¿quién mató a Jason Blossom?
Como era de esperar, la propuesta se queda a medio camino entre el petardeo de producciones destinadas a un público eminentemente adolescente y la oscuridad de la irrepetible obra de David Lynch. En su haber, un guión que sabe esconder sus cartas bajo la mesa y hace converger inesperadamente sus líneas narrativas manteniendo con pericia la tensión argumental. Asimismo, resulta interesante su manera de construir, a un ritmo más pausado y en un teórico segundo plano, las relaciones de unos personajes adultos que son los verdaderos responsables de todas las miserias que contaminan Riverdale.
De alguna manera, la serie es capaz de transmitir la urgencia con la que el ser humano vive la adolescencia y, al mismo tiempo, de criticar la escasa memoria de unos adultos que condenan a sus hijos a cometer los mismos errores que les convirtieron en los seres amargados que son. Quizás resolviendo el asesinato de Jason Blossom se pueda evitar la repetición de la misma historia de siempre y los jóvenes protagonistas de Riverdale tengan una segunda oportunidad. Y tal vez si los creadores de esta propuesta se hubieran esmerado más en la elaboración del tercio final de su primera temporada estaríamos ante una serie digna de ocupar parte de vuestro precioso tiempo.
Carlos Fernández Castro