Crazy Ex-Girlfriend (2015-2018)
Durante las últimas semanas me he dado un paseo por el sonrojante universo de Crazy Ex-Girlfriend, una serie irregular que, sin embargo, alcanza unas cotas admirables de surrealismo en muchos de sus episodios. En mi opinión, una virtud a reivindicar debido a su ausencia en el resto de productos audiovisuales que he consumido en los últimos tiempos.
Cuando esta serie da en el clavo, algo moderadamente habitual, lo hace gracias a la creatividad de Rachel Bloom y a su absoluto descaro a la hora de exhibir esos secretos tan vergonzantes que solemos guardar bajo llave y casi nunca confesamos en público. Aunque tampoco debería pasarse por alto la participación de unos secundarios magníficos, dotados de una vis cómica tan innata que garantizan la efectividad del gag más rutinario.
Con semejantes mimbres, es una lástima que los guiones de esta serie carezcan de la regularidad que exige el formato televisivo. En ciertos pasajes se respira la sensación de un «todo vale» que echa por tierra la credibilidad de la narración. El desarrollo de los acontecimientos se sucede en un WTF constante que insinúa una pereza imperdonable en la escritura y desenlace de ciertas situaciones.
Me pregunto qué hubiera sucedido si todas las virtudes señaladas hubieran sido empleadas en la realización de un largometraje y la confección de un guion bien trabajado. Tal vez estaríamos hablando del nacimiento de una estrella, capaz de combinar la acidez de The Flight of the Concords y el desparpajo de Lena Dunham en un musical dispuesto a reventar mandíbulas a golpe de carcajada y a exigir un ejercicio de autocrítica a base de situaciones íntimamente vergonzantes.
No obstante, cada capítulo merece ser visto aunque solo sea por sus números musicales, tan absurdos y deliciosamente locos como capaces de explotar las posibilidades del género, tanto en su vertiente mas clásica como en la más moderna (el Hollywood clásico, los videos de raperos, las divas del pop…). Hablamos de una antiheroína que, precisamente por su vulnerabilidad y patetismo, resulta de lo más humana y susceptible de identificación.
Por esa misma razón, la serie precisa de un espectador dispuesto a hacer la vista gorda en algunos de sus aspectos creativos y a verse reflejado en momentos de pérdida de dignidad y en renuncias parciales a los principios más básicos. Porque, tal y como afirmara Osgood Fielding III en su magistral línea final de Con faldas y a lo loco, «nadie es perfecto» y ni tú ni yo somos mejores o mas dignos de comprensión que Rachel Bloom y su obsesión por Josh Chan.
Carlos Fernández Castro