Buffy Cazavampiros (Buffy the Vampire Slayer) (WB) (1997-2003)
En 1997, cuando las series no aspiraban a convertirse en alabadas creaciones artísticas y el apelativo de culto estaba reservado para la gran pantalla, la irrupción de una jovencita peculiar en el panorama televisivo iba a crear un punto de inflexión en el género. Basándose en una execrable película de serie B, Josh Wedon nos presentó a Buffy Summers, una estudiante de apariencia normal que esconde un gran secreto: se trata de la Elegida para salvaguardar a la humanidad de las fuerzas del mal. La trama comienza cuando tras un incidente en su anterior instituto Buffy y su madre se ven obligadas a mudarse a un pueblecito llamado Sunnydale para iniciar una nueva vida. Esta aspiración se ve rápidamente truncada por el hecho de que Sunnydale se sitúa en una especie de vórtice maligno y los vampiros que pululan por el pueblo no son más que el primeros problemas a los que la joven Cazadora se tendrá que enfrentar.
Con semejante premisa argumental no es raro que «Buffy Cazavampiros» sembrase la discordia desde su primer capítulo. La serie no sólo consiguió separar a crítica y público, sino que dividió a los espectadores entre seguidores acérrimos y firmes detractores que la consideraban pueril y chabacana. Es uno de esos casos en los que no hay lugar para la indiferencia: o se ama o se odia. La primera pregunta que surge entonces es: ¿Qué tiene Buffy de especial para crear semejante divergencia de opiniones? Y la siguiente y más compleja ¿Cuál de las dos visiones está más justificada? Bien, intentemos poner un poco de orden.
A primera vista no es de extrañar que «Buffy Cazavampiros» cause rechazo. Con una trama que se desarrolla en torno a una adolescente que intenta normalizar sus relaciones sociales mientras mata vampiros en su tiempo libre, es fácil llegar a la conclusión de que nos encontramos frente a una especie de «Sensación de Vivir» con estacas. Si a esto se le une la falta de presupuesto que tiene su máxima expresión en la caracterización risible de los entes sobrenaturales, efectos especiales insólitamente cutres y una iluminación penosa, no es difícil entender que mucha gente se haya negado a darle una oportunidad. Y es que en realidad si se pregunta a la gente que crítica negativamente está serie se llega a la conclusión de que la mayoría de ellos no le han concedido el beneficio de la duda y que pocos de ellos han llegado a ver más de tres capítulos seguidos. En resumen, se han dejado llevar por el camino fácil, el de las apariencias. Desgranemos ahora que es lo que se oculta debajo de estas.
En primer lugar hay que destacar algo que no por obvio debe dejar de mencionarse. En esta ocasión la responsabilidad de salvar el mundo no recae en el arquetipo de superheroe, sino en el de una adolescente de apariencia normal. De hecho, Whedon va un paso más allá y en lugar de limitarse a su protagonista, dota de fuerza a la mayoría de los personajes femenimos mientras que los masculinos cumplen el papel de meros acompañantes. Los papeles se invierten y los hombres toman un rol reservado hasta ahora al sexo contrario, el de influir por la vía de la palabra en las decisiones de las que llevan las riendas. Este planteamiento que puede parecer la defensa de un feminismo trasnochado, resulta increiblemente innovador para su época, y de hecho, en estos tiempos de absurda corrección política sigue siendo díficil encontrar algo similar.
Partiendo de la base de que el punto de partida es ya de por sí novedoso, lo que realmente diferencia a Buffy del resto de las series es la atención exquisita que presta a sus personajes. En lugar de decantarse por dar prioridad a la trama, Whedon huye de los personajes planos que plagan las series de acción y los carga de matices en constante evolución. Esto es especialmente visible en el trío protagonista compuesto por Buffy y sus inseparables Willow y Xander. Los tres parten de la ingenuidad de la adolescencia y el hecho de enfrentarse de repente a un mundo sobrenatural que les amenaza constantemente les obliga cambiar con mucha rapidez. De hecho, parece que la mayoría de las situaciones a las que se enfrentan no son más que una mera excusa, una especie de metáfora, para ahondar en su desarrollo personal. Es tremendamente complicado encontrar unos personajes tan bien definidos que pese a no perder su esencia se distingan tanto en el inicio y el final de una serie. Decir que Buffy sentó las bases para la época dorada de las series en televisión puede ser exagerado, pero lo que se puede decir sin miedo que Buffy fue una gran serie de personajes cuando aún no existían las series de personajes.
Y los logros de Buffy no terminan aquí. Analizar toda la temática del llamado Buffyverso podría dar para cientos de páginas, desde cuestiones tan generales como la muerte, la redención y el sacrificio o la lucha entre el bien y el mal, hasta más específicos como la lucha entre heroes y dioses, el mito de Frankestein o el sacrificio del individualismo en pos del bien común. Hay más carga filósofica en cualquier cápitulo de Buffy que en toda una temporada de muchas series pretenciosas. También es obligatorio alabar la capacidad de la serie para combinar géneros, pasando de la comedia más disparatada hasta el drama (que alcanza su punto álgido en el episodio El cuerpo, de una intensidad pocas veces vista en televisión). Por último, hay que calificarla de arriesgada, en el plano técnico creando historia con un capítulo totalmente mudo (Silencio), o en el social, presentando por primera vez un personaje homosexual positivo que para más inri consigue ser más feliz que sus compañeros.
En resumén Buffy requiere por parte del espectador un importante ejercicio de abstracción para su verdadero disfrute. Pese a la apariencia de serie intrascendente que da todo mascado, si se consigue ver más allá de los vampiros mal maquillados y la estética cartón-piedra, se descubre que en el fondo ofrece muchas más preguntas que respuestas, y que es mucho menos inofensiva de lo que aparenta ser. Disfrutar de esta serie es un premio que sólo se consigue siguiendo una de las ideas que está muy presente en cada uno de sus cápitulos, la de lo dañinos que son los prejuicios.
Lander Talletxea
Bravo! No podría haberlo expresado mejor.
La verdad, para mi «Buffy» fue uno de esos placeres culposos. Me la vi completa en re-runs.
jajaja, está bien reconocer esos guilty pleasures, es un ejercicio muy sano; yo lo hago también 😉 Pero creo que para Lander, el autor del texto, no es un placer culposo, jajaja
Reconozco que las primeras temporadas tenían ese punto de placer culpable que uno siente viendo productos de serie Z. No sé, pongamos por caso, el placer que siente mi venerable abuelo cuando ve las pelis hongkonesas de Jackie Chan o los «dramones» de Steven Segal.
Pero para mí, a partir de un determinado momento, la serie desvarió tanto que ya no producía el mismo morbo. Se quedó en una serie inverosímil y punto.
Bueno, si la reponen prometo darle una oportunidad, pero no prometo nada : )
Un saludo.
Buenas aythami,
No sé a que momento te refieres pero es cierto que en la cuarta temporada la serie tuvo un bajón, Parece que los guionistas no encararon bien la entrada de Buffy en la universidad: con un argumento un poco a la deriva, Angel fuera y un nuevo chico y villano nada carismáticos todo indicaba que la Buffy iba a tocar fondo. Sin embargo, cosa rara en las series, todo esto se subsano de cara a la quinta temporada. Es más, la serie adquirió una madurez insólita con una sexta temporada fabulosa y de una intensidad drámatica difícil de superar… Te recomiendo por lo tanto que si no llegastes a ellas las revises. No quiero revelar detalles de cara a esta última, pero creo que haría dudar de sus tesis a la mayoría de los detractores.
¡UN SALUDO!
Yo creo que entre la tercera y la cuarta la cosa perdió mucho interés.
Si no recuerdo mal (ten en cuenta que te estoy hablando de hace 10 años) Gilles cada vez salía menos y esta ese momento había sido un contrapunto importante dentro de la trama. Además, daba la sensación de que el guión se enrevesó artificialmente intentando superarse en cada temporada. Un buen ejemplo de ello es la (a mi juicio) azarosa e inverosímil vida sentimental de Willow (por cierto y con diferencia, la mejor actriz de la serie como se pudo comprobar después en «Cómo conocí a vuestra madre»). Después ya no seguí adelante.
Entiendo que todo esto podría considerarse como un argumento que reafirma el espíritu desenfadado del producto y no como un defecto del mismo. Pero en mi caso, terminó generando un «efecto rebote» que me sacó de la serie.
Un saludo : )
«y hasta ese momento…». Cosas del word ¬¬