Veinticuatro Ojos (Nijushi no hitomi) (1954)
Nota: 10
Dirección: Keisuke Kinoshita
Guión: Keisuke Kinoshita (Basado en la novela de Sakae Tsuboi)
Reparto: Hideko Takamine, Chisu Ryu, Hideki Goko, Yukio Watanabe, Takero Terashita, Makoto Miyagawa, Kunio Sato, Hiroko Ishii
Fotografía: Hiroyuki Kusuda
Duración: 154 minutos
Aún hoy, el cine clásico japonés continúa ocupando un espacio mítico en el imaginario de la cinefilia más ortodoxa. El exotismo que despertaban nombres como Kurosawa y Mizoguchi en el público de los 50, derivó en las décadas siguientes en auténtica pasión hacia una cinematografía completamente ajena –al menos en apariencia- a los códigos de representación occidentales1. Y como consecuencia, muchos de aquellos “nuevos” cineastas entraron a formar parte del Olimpo de grandes maestros a los que todo aficionado al cine debía, si no venerar, sí al menos citar con cierta destreza.
Este ascenso a los altares no aconteció, sin embargo, de forma tan inmediata, ni tampoco afectó a todos por igual. Algunos como Ozu o Naruse tendrían que esperar varias décadas hasta que su obra fuese finalmente reivindicada por la crítica moderna. Otros, tras un breve reconocimiento cayeron en un relativo olvido y su cine rara vez lograría traspasar los círculos de exhibición japoneses. Es precisamente en este último grupo donde podríamos situar a Keisuke Kinoshita.
Cuando “Veinticuatro ojos” se estrenó en Tokio en septiembre de 1954, Kinoshita era ya uno de los cineastas más populares de Japón y el principal exponente de la nueva hornada de realizadores formados en los estudios Shochiku durante los años de la guerra. Su peso dentro de la industria le había permitido, incluso, disfrutar del histórico privilegio de dirigir la primera película japonesa rodada en color. Pero a pesar de todo ello, el enorme éxito cosechado en los festivales europeos por Kurosawa y Mizoguchi primero y por los miembros de la Nuberu Bagu (Oshima, Imamura y Shinoda, entre otros) después, acabaría relegándole a un modesto segundo plano a ojos de la crítica internacional. “Veinticuatro ojos” sería la única obra de Kinoshita premiada fuera de su país y aquella que le confirmaría como uno de los autores más injustamente infravalorados del cine japonés en occidente2.
La película -un típico ejemplo de las producciones gendai-geki3 con las que se identificaba a la firma Shochiku por aquella época – retrata la vida de una pequeña población del Mar Interior a lo largo de las dos décadas que separan el comienzo del período Showa y los últimos años de la ocupación. Allí llega en 1928 Oishi, una joven y primeriza maestra cuya presencia choca de inmediato con la rígida conciencia tradicional del lugar. Oishi encarna el estereotipo de moga4: viste al estilo occidental, monta en bicicleta y exhibe un carácter entusiasta que provoca el rechazo de los mayores y la burla de sus alumnos; los veinticuatro pequeños ojos cuyas vidas quedarán desde ese instante inseparablemente unidas a su propio destino.
Con el paso de los años, la inocencia y la vitalidad de la infancia irán cediendo paso a un futuro marcado por la tragedia. El ascenso del militarismo, la represión, las duras condiciones de vida, la pobreza, la enfermedad, la guerra… Uno a uno, los doce caerán arrastrados por el viento de la Historia ante la mirada impotente de Oishi, incapaz de evitar el sufrimiento de aquellos a los que ama.
Ya en las primeras secuencias del film, Kinoshita previene al espectador sobre este oscuro devenir al que parecen estar condenados todos los personajes. De camino a la escuela para conocer a su nueva maestra, los niños juegan despreocupadamente junto a un cementerio cuya presencia parece advertirles de la débil frontera que separa la vida del inmenso vacío al que muchos serán arrojados de forma prematura. Más adelante, cuando una tormenta azota con violencia la isla, Oishi observa con asombro el temperamento estoico de los pequeños ante la destrucción, reconstruyendo su hogar con devoción pese a la certeza de que tarde temprano éste será nuevamente destruido por la guerra o los desastres naturales. Ambas escenas resultan enormemente significativas por cuanto anticipan todo lo que aún está por acontecer; pero también, por retratar con asombrosa belleza la proverbial actitud del pueblo japonés ante una fatalidad que es aceptada como condición indisociable de la existencia.
Como ya ocurriera en “El retrato de Midori”, el contenido político que caracteriza la poética de Kinoshita, late bajo los convencionalismos de un drama familiar carente de toda épica y ajeno a la representación de los grandes acontecimientos históricos. La guerra, como la tormenta, se marcha dejando tras de sí un paisaje devastado por el dolor y la muerte. Y de nuevo, aquellos niños convertidos ahora en adultos, deberán edificar su hogar sobre las ruinas de un mundo que ya no existe pero cuyo legado permanece aún en los objetos del pasado: un kimono, una bicicleta, una vieja fotografía de una maestra rodeada por veinticuatro pequeños ojos… Objetos que viajan a través del tiempo como guardianes de la memoria y el espíritu de todo un pueblo, condenado a renacer una y otra vez sobre sus propias cenizas.
NOTAS:
1 Un fenómeno que el crítico Antonio Weinrichter ha bautizado como efecto Kimono y que permitió la rápida aceptación del cine japonés en un público fascinado por la espectacularidad de las katanas, los vestidos exóticos y las grandes reconstrucciones históricas. (WEINRICHTER, Antonio. Pantalla amarilla: el cine japonés. III Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, 2002, p. 17.)
2 En contra de este olvido, cabe destacar el trabajo del historiador Luis Miranda, autor del cuaderno crítico que acompaña la edición en DVD de “Veinticuatro ojos” y promotor junto a la Asociación de Cine Vértigo de la última retrospectiva dedicada en España a la obra de Kinoshita, con motivo del primer centenario de su nacimiento.
3 El gendai-geki es uno de los géneros principales del teatro y el cine japonés, y define todas aquellas películas que tratan temas de la vida contemporánea, por oposición a las películas de época o jidai-geki.
4 Moga es el diminutivo común de la modan-gal o “chica moderna”, que floreció en las ciudades japonesas de la década de los veinte al amparo del período liberal impulsado durante la democracia Taisho (1912-1926).