Touch Me Not (No me toques, 2018)
Nota: 8
Dirección: Adina Pintilie
Guion: Adina Pintilie
Reparto: Laura Benson, Tómas Lemarquis, Dirk lange, Hermann Mueller, Christian Bayerlein, Irmena Chichikova
Fotografía: George Chiper
Duración: 125 Min.
Tanto por su fórmula híbrida de documental y ficción como, sobre todo, por el tema del cuerpo que aborda, resulta muy interesante y bastante sorprendente este primer largometraje de la cineasta rumana Adina Pintilie (Bucarest, 1980), pieza que le ha valido el Oso de Oro del Festival de Berlín y que merece la pena, aunque solo sea por su capacidad para descolocar al espectador.
Definida antes como “experiencia” (más o menos lo que en arte se ha codificado como performance) que como documento, en realidad No me toques es un ensayo acerca del cuerpo de los seres humanos, su relación con el yo y la aceptación que cada uno tiene de su cuerpo, el conocimiento y la experimentación con el mismo, la verbalización de las sensaciones que emergen de nuestras carnes, el cuerpo en las mutaciones de la transexualidad o los cuerpos percibidos como “deformados”, la piel como frontera del cuerpo con los otros cuerpos y como órgano de comunicación interpersonal, las búsquedas de relaciones y experiencias sexuales, el temor y/o pudor al respecto, el dolor físico y emocional, las huellas de las heridas y de las agresiones pasadas… en fin, todo un variado abanico que viene a subrayar la superación del dualismo tradicional de la cultural occidental (cuerpo / alma) desde la constatación de que no hay yo sin el cuerpo, de que mi yo existe por mi cuerpo y se construye desde mi cuerpo.
La cineasta se incorpora al relato con una cámara. Se sitúa ante personas y personajes con voluntad de observación delicada que busca el conocimiento y trata de comunicar las experiencias de esos otros yoes desde la empatía. El diseño de producción, muy elegante en su austeridad, se vale de tonos neutros (blancos, cremas, grises claros o negros) en el conjunto del fotograma con el propósito de que destaque el color carne de los cuerpos, auténtico protagonista visual y temático del relato. La opción por mezclar actores y no actores es acertada y enriquece una pieza que se apoya en la autenticidad, sobre todo cuando se piensa que hay actores con experiencia en un teatro próximo a la terapia psicológica y en no actores que participan de ésta y de trabajos de innegable dimensión teatral, como los de Seani Love, especialista en viajes eróticos. La directora explica que «Yo “doy un papel” a una persona para que encarne a un “personaje”, pero el personaje se torna “real” mientras trabajo con la historia personal de quien lo personifica, cuya biografía, recuerdos personales, etc. se convierten así en parte híbrida de la carne emocional del personaje. El ser humano en pantalla es una criatura nueva, compleja, llena de contradicciones, un híbrido entre mi propio material y su propia biografía.»
Como no podía ser de otro modo, esta pieza, que ya en su título No me toques constata el pudor y uno de los tabúes de nuestra sociedad, interroga al espectador, cuestiona algunas convicciones, esboza nuevas dimensiones y denuncia prejuicios. Así, queda patente cómo la intimidación de la cercanía de otro o la incomodidad por ser tocado tienen mucho que ver con experiencias negativas o bloqueos emocionales de carácter traumático, se nos pregunta por las exploraciones de las relaciones sexuales y por formas marginadas y casi criminalizadas (bondage, sadomasoquismo), deja patente que el equilibrio psicológico, la autoestima y la raíz de las emociones tienen mucho que ver con nuestro cuerpo, y con la narración en primera persona de Christian Bayerlein, se reivindica el derecho al sexo y al placer en personas discapacitadas.
Todos los recorridos y apuntes del filme permiten al espectador una catarata de preguntas y cuestiones que, sin lugar a duda, van a enriquecer sus reflexiones. Al final, la directora nos deja claro que el cuerpo no es la piel que proporciona sensaciones inmediatas; abunda en el hecho de la corporalidad como humus de las emociones, es decir, en la convicción de que la necesidad de ternura y afecto que siente el cuerpo desde el nacimiento del bebé exterioriza y refleja de forma inequívoca el amor que todos sentimos (como presencia o ausencia) y deseamos.
José Luis Sánchez Noriega