Tomboy (2011)
Cada vez soy más consciente de la necesidad que tenemos de consumir un cine que no proponga respuestas a las obsesiones de sus directores, sino que formule preguntas sobre esos temas que nos incumben a todos, tanto a un nivel social como personal. Un cine de alcance universal. Por eso valoro tanto propuestas como el Tomboy de Céline Sciamma, una película que nos sumerge en el universo infantil de su protagonista y en un momento vital dominado por la incertidumbre.
Sciamma tiene el suficiente talento para hacernos caminar en los zapatos de Laure y expresar su necesidad de sentirse y actuar como el niño que lleva dentro. En lugar de optar por el drama desgarrador, la directora retrata una infancia muy identificable para cualquiera que pueda recordar sus años de preadolescencia: juegos inocentes de verano, primeras pulsiones sexuales, la construcción de una imagen propia… Y a pesar de que el conflicto principal sea evidente, nunca se plantea como la prioridad argumental de la narración.
La directora francesa no afirma, sino que propone y sugiere, de manera que el espectador, contagiado por la actitud reflexiva de la propuesta, acepta la invitación a este ejercicio de empatía. En consonancia con la escritura del guión y las interpretaciones del elenco principal, las imágenes fluyen con naturalidad y de una manera desenfadada, como si se tratara de una filmación improvisada de la realidad.
Ahí radica la sensibilidad de una película que acerca las cuestiones transgénero al gran público sin el sensacionalismo y la extravagancia de otras propuestas más llamativas en su envoltorio pero mucho menos eficaces en su contenido. Al igualar a todos sus protagonistas, Sciamma normaliza la diferencia e invita a que el cine señale el camino a seguir por la realidad.
Carlos Fernández Castro