Solo las bestias (Seules les bêtes, 2019)
Una carrera lenta y un tanto dispersa (seis largometrajes, dos series de televisión, algunos cortos en colaboración) no debe relegar la figura del cineasta alemán Dominik Moll, poseedor de una mirada propia y de una demostrada voluntad de ir más allá de lo habitual en narraciones y estilo. En el momento de su estreno, escribimos sobre Harry, un amigo que os quiere (2000) que se trataba de un filme que «lleva al espectador a dudar acerca de la historia que ha contemplado; más aún, a una reflexión sobre el género en que se ubica, dada la coexistencia de comedia costumbrista, criminal, fábula contemporánea sobre la «muerte del padre», humor negro o poema de amor letal».
La misma capacidad para contar una historia y hacernos dudar sobre lo contado o abrir el relato a interpretaciones que sobrepasen la pura denotación se encuentra en Solo las bestias, adaptación de una novela de Colin Niel que uno adivina interesante. Se trata de un argumento criminal, pero en lugar de desarrollarlo por la vía de la investigación de profesionales o abundar en las causas retrotrayéndose a la vida de la víctima o del criminal, lo que se hace es poner en pie un puzle que dé cuenta de las perspectivas de varios personajes del entorno del crimen, como se plasma en los rótulos y capítulos que articulan el relato.
Como se sabe, Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) y Atraco perfecto (Stanley Kubrick, 1956) han pasado a la historia como modelos de focalización plural de un mismo hecho o de rompecabezas narrativo donde diversos personajes van aportando sus teselas con sus puntos de vista particulares a fin de que el espectador componga por sí mismo el argumento. En realidad, ya al comienzo de la década anterior Ciudadano Kane había mostrado esa herramienta de construcción del relato. Kubrick la lleva a cierta brillantez; y, desde luego, Kurosawa plantea cómo detrás del mecanismo narrativo puede haber toda una reflexión sobre el conocimiento y la aprehensión de la realidad. Desde entonces, muchos han contado historias desmembrándolas en narraciones particulares y combinando los tiempos; y no siempre con una justificación coherente.
En Solo las bestias Dominik Moll parece que se va a limitar a emplear el mecanismo de la pluriperspectiva con un propósito meramente de intriga; se trataría, entonces, de contar la historia de un crimen desde distintos puntos de vista y solapando tiempos a fin de que el espectador vaya construyéndola hasta en sus más mínimos detalles. Pero Moll va más allá y, en realidad, el crimen se encuentra en el centro de las vidas de varias personas, cada una de las cuales tiene sus peculiaridades e intereses, de manera que interesa tanto su vinculación con ese crimen como su propia vida. Esto justifica la perspectiva de la película y otorga espesor a un relato que trasciende el género criminal, además de exhibir un estilo, ritmo, encuadres… que lo convierten en un filme muy atractivo.
Tal es la libertad del filme que, avanzada la historia, se produce un quiebro y se lleva al espectador desde la montaña alpina a la capital de Costa de Marfil para mostrar a unos jóvenes hábiles en timos por internet. Parece que empieza otra película aunque, en realidad, se profundiza en el tema de fondo.
En efecto, más allá de la investigación de las causas y circunstancias del cadáver de una mujer aparecido en la nieve, en un paraje de alta montaña prácticamente deshabitado, de lo que trata Solo las bestias es de mostrar a varios personajes que tienen en común su condición humana, muy humana, de manera que no hay víctimas y verdugos como suele ser habitual en la novela y el cine criminal. Aquí no hay inocentes y todos pueden ser culpables.
José Luis Sánchez Noriega