Sinónimos (Synonymes, 2019)
Dirección: Nadav Lapid Guion: Nadav Lapid, Haim Lapid Reparto: Tom Mercier, Quentin Dolmaire, Louise Chevillotte, Uria Hayik Fotografía: Shai Goldman Duración: 123′
El director israelí Nadav Lapid (Tel Aviv, 1995), conocido entre nosotros por la estimable, pero no excelsa, La profesora de parvulario (2014), presenta esta singular película con dos características que explican su Oso de Oro en Berlín: trasfondo de crítica al autoritarismo y militarismo del sistema político israelí y una forma fílmica de manifiesta ruptura con el relato usual, buscando la implicación del espectador y la apertura de la historia a otras dimensiones.
En efecto, Lapid opta por un relato behaviorista o conductista, con un punto de vista preciso de focalización externa, en el que la cámara sigue en todo momento y muy de cerca al protagonista Yoav sobre quien el espectador solo sabe lo que ve y casi todo lo que hace en este momento, pero ignora su pasado, sus intenciones y las motivaciones para su comportamiento. Esta opción lleva al espectador a elevar su atención y a plantearse constantemente preguntas sobre un relato abierto, ambiguo, con clara voluntad de imponer un puzle no exento de arbitrariedad; se centra de modo excluyente en Yoav, un joven israelí que ha huido de su país, llega a la capital francesa y casi muere de frío la primera noche que pernocta en un piso señorial, absolutamente vacío, del centro de la ciudad; le han robado la ropa y queda desnudo en el mayor desamparo. Será asistido por unos vecinos, Emile y Caroline: un chico con vocación de escritor y una chica que toca el clarinete, quienes le ayudan con generosidad y se preocupan por su vida.
Yoav es un enigma para el espectador. Sabemos algunas cosas (huida del país, búsqueda de su padre, paso traumático por el ejército, boicot en la embajada) pero otras se muestran difusas, como su pertenencia al grupo de seguridad de la embajada. Mantiene una relación de erotismo frío con Caroline a partir de fundamentos inciertos, aunque la amistad con Emile resulta asimismo ambigua. A éste le proporciona historias que le habrán de servir para escribir una novela, en lo que parece un proceso de catarsis, aunque finalmente renuncia a ello. Nos da la impresión de un enfermo obsesionado con las palabras cuya verbalización clarifica su mente y ayuda a cobrar conciencia de la situación: dominar una lengua extranjera —tras la heroica renuncia al hebreo nativo— y hacerlo con la riqueza de los sinónimos es un modo de sobreponerse a la intemperie existencial en que se encuentra. Quiere integrarse en la sociedad francesa y participa de un curso con aprendizajes sobre cultura y modos de vida a través de lo cual el director cuestiona las identidades nacionales y las propias fronteras, como se subraya en los planos conclusivos del relato.
Del viaje físico, moral y existencial de Yoav que ha supuesto muchos kilómetros y muchos meses de reflexiones, y dolorosas y arriesgadas decisiones, la película solo cuenta un fragmento: unos días en París, con la desnudez y soledad, el contacto de Yoav con compatriotas, su relación con los jóvenes franceses y su intento de integración en la sociedad francesa que termina cerrando las puertas a quien llame. Por tanto, Sinónimos también es la historia de Europa que alza los muros a refugiados del convulso Oriente Próximo, además de un relato más abstracto sobre un joven nómada de las relaciones familiares y sentimentales o una metáfora de talante existencial acerca de una generación en ruptura con lo heredado sin rumbo cierto. Una historia con varias capas que incita al espectador diversas lecturas.
José Luis Sánchez Noriega