Siempre juntos (Benzinho, 2018)
Nota: 7,5
Dirección: Gustavo Pizzi
Guión: Gustavo Pizzi, Karine Teles
Fotografía: Pedro Faerstein
Reparto: Karine Teles, Otávio Muller, Adriana Esteves, Konstantinos Sarris, César Troncoso
Duración: 95 Min.
Hasta hace bien poco se empleaba el término «el cabeza de familia» para designar la persona, siempre de género masculino, que dirigía el rumbo y sostenía la economía de un determinado clan. Era el que tomaba las decisiones y el que traía el dinero a casa. Lexicamente hablando, no solo se rompían las reglas de concordancia de género mediante el artículo masculino que precedía a una palabra femenina (el cabeza), sino que se desplazaban a un segundo plano las tareas desempeñadas por la mujer: criar a los más pequeños, mantener el orden en la vivienda familiar, administrar el sueldo mensual. ¿Acaso no eran tan importantes las unas como las otras? ¿Era justo ese reparto?
Actualmente vivimos otros tiempos en los que esas fronteras desaparecen lentamente. Sin embargo, hay culturas en las que ciertos vicios del pasado conviven con los avances del presente, permitiendo la perpetuación de este tipo de sociedades en las que, a través de la dependencia económica, la tradición sigue sometiendo a la mujer. Liderada por el enorme tesón de una mujer que lleva el peso del mundo sobre sus hombros, «Siempre juntos» es una película repleta de personajes masculinos que se ahogarían en un vaso de agua: un marido que constantemente quiere arriesgar la fortuna familiar en el emprendimiento de negocios sin futuro, un hijo de quince años que quiere abandonar Brasil para fichar por un equipo profesional de balonmano en Alemania, dos gemelos en edad de trastear, otro hijo inmerso en la difícil etapa de transición entre la niñez y la adolescencia y una hermana que se muda con su hijo a una casa ya superpoblada, escapando de su marido drogadicto y maltratador.
¿Quién pone la cabeza en estos casos? Gustavo Pizzi nos ofrece el punto de vista de una mujer repleta de fuerza y amor, que vive constantemente al límite de su salud física y mental. En ocasiones, las responsabilidades y los problemas pesan más que la ilusión. Intuimos la tensión que atenaza el interior de esta madre coraje mediante una serie de pistas que nos ofrece el director: una partitura estridente durante el primer plano de la protagonista, una borrachera en la soledad del salón familiar y al son de la música que escucha su hijo mayor, un monólogo fuera de contexto… Y es que a lo largo del film, asistimos a un momento delicado en la vida de una familia brasileña que lucha por mantener su modesto estatus social.
Sin embargo, el fondo dramático de la película no condiciona el tono general de un retrato costumbrista que resulta íntimo y emotivo, reivindicativo y esperanzador. Irene se abre paso en un mundo de hombres, demostrando que la cultura y la educación no son patrimonio exclusivo de éstos (aún en condiciones desfavorables, obtiene su graduado escolar). Asimismo, exhibe una determinación admirable a la hora de desafiar las reglas no escritas de un país en el que reinan las desigualdades sociales, mostrando una elegante superioridad moral (frente a la explotación: humildad y ausencia de rencor) respecto a esa clase alta para la que un día trabajó, como si se tratara de un eco lejano de la protagonista que Karine Teles interpretó en Una segunda madre. Los claros van ganando espacio a las nubes.
Gustavo Pizzi triunfa en el cuidado estilo naturalista que exhibe su cinta: sin descuidar las composiciones que agrupan o separan el mundo adulto y el infantil en base a la naturaleza de cada situación, la película se abre a la espontaneidad de un reparto que no parece sujeto a la rigidez del guion y rebosa esa química que solo comparten los que llevan la misma sangre en sus venas. Sus imágenes transmiten una extraña sensación de nostalgia, de una vida familiar no vivida pero compartida durante 90 minutos, de un futuro por el que luchar, de una balanza en la que las alegrías siempre pesan más que las desgracias.
Carlos Fernández Castro