Sherlock Holmes: Juego de Sombras (Sherlock Holmes: Game of Shadows) (2011)

Nota: 3

Dirección: Guy Ritchie

Guión: Kieran & Michele Mulroney (Basado en los personajes de Arthur Connan Doyle)

Reparto: Robert Downey Jr., Jude Law, Jared Harris, Noomi Rapace, Stephen Fry, Kelly Reilly, Geraldine James

Fotografía: Philippe Rousselot

Música: Hans Zimmer

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Ya desde pequeño -cuando me nutría de deliciosos Cacaolats en tubo-, hasta el plomizo día presente -en el que engullo con igual destreza Mahou 5 estrellas-, siempre que comparto barra con un borracho parlanchín, su infernal vida conyugal termina irrumpiendo como apesadumbrado lamento o lapidaria advertencia.

Sinónimo de legendaria cortapisa o maquiavélica torturadora, la parienta emerge cual temible ser mitológico en sus peroratas -acometidas por lo general, bajo una Quinta del Buitre cristalizada, exóticas tragaperras, Sol y Sombras matutinos y mohosas cortezas de cerdo-. Y aunque suele intuirse que dicha insatisfacción nace, más bien, de la implacable estupidez presentada por los susodichos; sus sofismas pueden devenir realidad incuestionable, si camino del altar paseas con la mujer equivocada, tu Golem particular o -como en determinadas casuísticas- , con la persona inductora del que pudiera haber sido tu epitafio profesional. Y si no, pregúntenle a Guy Ritchie, de cuya última película hoy nos ocuparemos, y de cuya vida personal acabamos de hacer velada mención.

Madonna, por aquel entonces devota esposa de Guy Ritchie, se amarra ufana a su compañero de fatigas en "Barridos por la marea". Esta infumable película puso en jaque -y por momentos en mate- la carrera de Guy Ritchie.

Y es que el cine de Ritchie arribó, a finales de los noventa, enérgico y testosterónico como pocos. Sus celebradas obras, “Lock and Stock” y “Snatch, cerdos y diamantes” – ambas ambientadas en el submundo de la delincuencia británica más casposa-, se asientan en desternillantes diálogos, certeros guiones, hipercarismáticos personajes, y en el abrasivo poder visual de sus escenas más icónicas.

Sus cintas son vitamínicas, violentas, caóticamente precisas. Modernos cantares de gesta looser, que lo mismo se nutren del videoclip y sus maestros, que se inclinan hacia un ya referencial Quentin Tarantino o un mesiánico Scorsese; eso sí, en británica textura ska. Son creativas inventivas en torno a la velocidad de filmación y narración, hitos de mi adorado neonoir gamberro.

En la imagen, perteneciente a la fascinante “Snatch, cerdos y diamantes”, el carismático Vinnie Jones (leñero futbolista antes que actor), enarbola colérico una lustrosa - y siempre convincente- Desert Eagle 5.0.

Tras la calamitosa «Barridos por la marea» y las insípidas «Revolver» y “Rockanrolla” –que sin embargo, colocan de nuevo a Ritchie en el disparadero mediático-, en 2009, y gracias a su particular recreación de «Sherlock Holmes», el talentoso realizador británico vuelve a saborear las mieles del éxito comercial y los parabienes de la crítica.

Su atractiva adaptación del mito se distinguía por respetar la señera flema del personaje, acompañándola sabiamente de proporcionales dosis de fibra. De ese modo se lograba revestir a Holmes de un realismo a todas luces lógico y práctico; pues creo es difícil imaginar a un detective del convulso siglo XIX, armado únicamente con su intuición, su ironía y sus excelsos razonamientos a la hora de husmear en los bajos fondos londinenses. De igual manera, tampoco veo al público actual, devorador de cinematográficas vísceras y ostias a rodabrazo, contemplando ojiplático a un héroe desprovisto de tan útiles y plásticas destrezas físicas.

Pero, para desgracia de los admiradores de Ritchie y/o seguidores de su Holmes particular, en esta segunda entrega -y a diferencia de lo acontecido años atrás-, el director británico nos presenta una trama absurda, inverosímil y tan ominosamente ridícula como el ochentero estilismo de Boy George.

Y es que “Sherlock Holmes 2”, que cuenta con una escenografía y una dirección fotográfica impolutas, falla esencialmente en lo fundamental: la historia. Su desarrollo, tachonado de golpes de humor más que infantiles, de autoplagios que restan frescura a la cinta, y de lugares comunes aborrecibles dentro y fuera del género, convierten la película en un modélico desastre -cuidado, siendo taimado y generoso con el veredicto que me merece-. De hecho, solo la ignominiosa «Sin Pistas» (Thom Eberhardt, 1988), presenta un peor resultado a la hora de trasmutar en cinematográficas las aventuras del mítico detective.

Mención aparte merece la tremebunda dirección de actores, mostrándose el elenco al completo, totalmente desorientado y fuera de lugar. Destaco en este ámbito el pésimo trabajo de Robert Downing Jr, que si bien no es de mis intérpretes predilectos, nunca le había visto construir tan pésima actuación.

Por tanto, la película se nos entrega con una factura técnica envidiable e impecable, pero provista de un guión y montaje bochornosos. “Sherlock Holmes: Juego de Sombras” es por ello, una injustificable calamidad fílmica, una profunda decepción, y una lamentable pérdida de tiempo y dinero. Siendo estos conceptos además, y más en tiempos de crisis, especialmente sensibles al derroche.

Ergo, les recomiendo encarecidamente ocupar su tiempo en revisitar «La vida privada de Sherlock Holmes» del gran Billy Wilder, o apostar su capital por el noble y tan hispano arte del cañeo; aunque para ello se tenga uno que rodear -como por otra parte procede- de estrafalarias conversaciones, monsergas y variopintos quejidos de bar.

Queda dicho, quedan avisados.

Alberto G. Sánchez – pelucabrasi