Rififi (Jules Dassin, 1955)
Un nuevo visionado de Rififi me recuerda lo verdaderamente duros que pueden llegar a ser los protagonistas de los mejores film noir: secos, maleducados, tajantes, atrevidos y temerarios. A todas estas «virtudes», el personaje interpretado por Jean Servais le añade un plus de misoginia que, con ojos de hoy, me hace hervir la sangre. Sin embargo, entiendo que el personaje requiere este tipo de comportamiento para transmitir realismo y provocar el rechazo del espectador. Y a pesar de detestar sus maneras, Jules Dassin consigue que me preocupe por su destino.
La película es ejemplar en su construcción de la atmósfera alrededor de un último golpe por parte de un grupo de delincuentes. Por otra parte, la preparación es fascinante y está filmada de una manera minuciosa. Por eso, cuando llega el momento de la ejecución, es inevitable sentirse un participe más de estos futuros modelos de Oceans Eleven, tanto la versión Lewis Milestone (1960) como la de Steven Soderbergh (2001). Pero aquí no hay espacio para el glamour, solo para los negocios. Y todo funciona bien mientras el dinero es lo único que hay en juego.
Más allá del clímax, situado en la parte central del metraje, me apasiona el desarrollo del «después de», que trae a la memoria momentos legendarios de obras posteriores y sus consecuencias, como el famoso abrigo de visón de Uno de los Nuestros (Martin Scorsese, 1990). Es ahí cuando la película se desmarca del resto de sus compañeras de género y se erige en el referente para obras posteriores, entre las que podríamos citar la inmediatamente posterior Atraco Perfecto (1956), de Stanley Kubrick.
El fatalismo propuesto por la precursora de este subgénero, La Jungla d asfalto (John Huston, 1950), se eleva a otro nivel en manos del director americano, que aprovecha su destierro francés para zafarse de todas las convenciones impuestas por el Hollywood de la época y cincelar este monumento a los perdedores. La tragedia suele colarse por el lado blando del corazón y, por muy pequeño que sea, existe incluso en el de los tipos más duros.
Carlos Fernández Castro