Queen & Slim (2019)
A cualquiera que lea el título de esta película y eche un vistazo a su póster promocional pensará automáticamente en obras que ya forman parte de ese imaginario colectivo compuesto por parejas que huyen de la ley y sienten una atracción sexual que traspasa la gran pantalla. Sin embargo, aunque el debut de Melina Matsoukas recurra a la misma iconografía, no persigue el mismo objetivo ni parte de la misma premisa. En esta ocasión, los fugitivos son afroamericanos y el delito por el que se les persigue ha sido cometido en defensa propia y en respuesta a la agresión racista de un policía blanco.
A diferencia de lo que suele ocurrir en este subgénero, la fatalidad no irrumpe en el último tercio del metraje de Queen & Slim, sino que acompaña a los personajes desde el fatídico planteamiento, en el que un agente de tráfico, encarnado por el sensacional cantante de country Sturgill Simpson, detiene a los recién conocidos por no haber usado el intermitente de su coche en la ejecución de un giro. De esta manera, un hombre y una mujer, que se acaban de conocer en su primera cita de Tinder, se ven envueltos en una situación cuyos códigos desconocen por completo.
De alguna manera, Queen & Slim es una actualización de El demonio de las armas (Gun Crazy, 19509, Los amantes de la noche (They Live by Night, 1948), Bonnie and Clyde (1967) y un largo etcétera de películas con la misma tradición, que se distingue por su temática racial de fondo y por su fascinante reflexión sobre el significado y las diferentes acepciones de sentirse amado. Asimismo, podríamos incluirla en ese grupo de películas que emplean un macguffin para narrar, a fuego lento, una historia de amor entre dos polos opuestos. Por decirlo así, el guión reescribe las líneas del destino de dos personas que nunca habrían encajado en condiciones normales y encuentran sus afinidades a través de las fricciones y el transcurso del tiempo.
Delatando una mente inquieta, Matsoukas aprovecha su debut para abordar prejuicios sociales, minimizar el mito del amor a primera vista, apelar a la unión entre «hermanos» y enarbolar, cual poeta muerta, la bandera del carpe diem. Tanta reflexión no impide el talante juguetón y desafiante de una película que, aparte de avanzar a golpe de conflicto y de etapa de rigor de road movie (avance geográfico), evoluciona a base de tachar tareas de una personalísima bucket list (avances emocionales). El fluir de la narración jamás se detiene, dando lugar a momentos de acción, suspense, romance y cine social.
Tantas ambiciones pasan factura a una película que presenta una estructura excesivamente esquemática: sus situaciones extraordinarias, demasiado continuadas y enlazadas sin mucha naturalidad, acaban lastrando la credibilidad de la narración. Tampoco favorece la vehemencia de su crítica social, que si bien es comprensible, debido al racismo endémico en los Estados Unidos, no es del todo ética en su propuesta ni verosímil en su escritura. No obstante, la película triunfa en su espíritu contestatario y en la manera de celebrar esos placeres pequeños que dan sentido a la vida. ¿Para qué esperar a la muerte?
Carlos Fernández Castro