Personal Shopper (2016): los fantasmas se visten de Armani
Nota: 8,5
Dirección: Olivier Assayas
Guión: Olivier Assayas
Reparto: Kristen Stewart, Lars Eidinger, Nora von Waldstätten, Anders Danielsen Lie, Pamela Betsy Cooper
Fotografía: Yorick Lesaux
Duración: 105 Min.
Por lo general, las noticias inesperadas son las que perduran en nuestra memoria, ya sean positivas o negativas. La clave está en la sorpresa. Ocurriendo lo mismo en el cine, es evidente que la imprevisibilidad no es sinónimo de la calidad de una película, pero ayuda a mantener la atención del espectador, siempre que vaya acompañada de cierta coherencia, y aporta esa sensación de enfrentarse a lo desconocido que convierte algunas experiencias cinematográficas en recuerdos inolvidables. Por esa misma razón, deberían prohibirse las proyecciones públicas de ciertos trailers en nombre del impacto que representa el primer visionado de sus imágenes en el contexto de la película promocionada.
En el caso de Personal Shopper, la ausencia de expectativas es fundamental para el absoluto disfrute de sus virtudes. Incluso te recomendaría que aparcaras la lectura de esta crítica para retomarla después de haber disfrutado la película de Olivier Assayas en una gran sala de cine. Una vez advertido, proseguiré con la exposición de las bondades de este atípico film, que combina el drama psicológico, el cine de terror y las reflexiones acerca de la identidad personal, con la naturalidad de quien recurre a una fórmula de eficacia probada. A priori, este cocktail tiene todo el aspecto de un híbrido disparatado, pero en manos del autor francés se convierte en un producto que fascina y desafía el intelecto del espectador.
Si en la sensacional y menos arriesgada Viaje a Sils Maria (Sils Maria, 2014), Assayas recurría a la infalible Juliette Binoche para elevar un buen guión a un nivel superior, en Personal Shopper, contando con un guión que garantizaría el mayor de los ridiculos en manos de un cualquiera, descarga toda la responsabilidad en el rostro y en el físico de Kristen Stewart. Tras haber demostrado que su luz no era eclipsada por el resplandor de la gran dama francesa, la protagonista de Crepúsculo (Twilight, Catherine Hardwicke, 2008) sostiene en solitario el peso dramático de una obra realmente intensa y plagada de matices emocionales.
Evidentemente, el éxito de este nuevo proyecto no recae tanto en la sensacional interpretación de Stewart como en la dirección de Assayas, tan capaz de construir algunas de las imágenes más terroríficas de los últimos tiempos como de garantizar el interés de secuencias que parecerían anodinas sobre el papel. Cuando las imágenes del francés tienen que transmitir miedo, lo hacen en la tradición de los grandes clásicos (luces que se escapan a través de puertas entreabiertas o restos de un arañazo sobrenatural en la pared) y aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías. Cuando tienen que transmitir la ansiedad de la protagonista y destapar sus pensamientos más íntimos, recurren a una inquietante conversación de whatsapp a caballo entre París y Londres. Una forma de exponer cómo las nuevas tecnologías cambian nuestra forma de (no) relacionarnos (incluso de acosarnos) y potencian el individualismo a través de la construcción de burbujas personalizadas.
Sin ir más lejos, Assayas aísla a su protagonista del mundo exterior y la encierra entre los barrotes de sus miedos, de su teléfono móvil, de su duelo por un hermano que nunca volverá, de los constantes viajes en moto y en tren que la distancian de una vida estable y alimentan su soledad, de su don para contactar con otras dimensiones, de la renuncia a su propia identidad… Y a pesar de las múltiples peculiaridades de este personaje, nos parece una chica normal que, en lugar de disfrazarse de Kristen Stewart, viste los vaqueros y las camisetas de una veinteañera cualquiera y, a escondidas, se prueba las carísimas prendas de la popular artista para la que trabaja como personal shopper.
Al ritmo de unos fundidos a negro que solo Assayas sabe rodar y que dan forma a una atmósfera tan melancólica como misteriosa, acompañamos a Maureen en su accidentado camino a la redención y en la búsqueda de esa señal que le permita pasar de página vital. Y en el proceso descubrimos que las fronteras entre géneros solo se alimentan de quienes no desean rebasarlas y del miedo a saltar unos muros que desaparecen al contacto con el talento.
Carlos Fernández Castro