Paulina (2015)
Nota: 8,5
Dirección: Santiago Mitre
Guión: Mariano Llinás, Santiago Mitre (Historia: Eduardo Borrás)
Reparto: Dolores Fonzi, Óscar Martínez, Esteban Lamothe, Cristian Salguero, Verónica Llinás, Laura López Moyano
Fotografía: Gustavo Biazzi
Duración: 103 Min.
La primera escena de ‘Paulina’ consiste en una conversación entre padre e hija, que cualquiera de nosotros podría haber protagonizado a esa tierna edad en la que los jóvenes se aferran al idealismo propio de su inocencia, y condenan el pragmatismo de sus mayores. Y es que no es lo mismo vivir bajo el caparazón familiar que saltar al ring en solitario e intercambiar golpes con la vida. Lo más normal es que a lo largo del camino tus principios sean moldeados por la desilusión y la resignación, pero ¿y si lo pudieras evitar?
A priori, podría parecer que esta secuencia es una mera introducción al carácter de la protagonista, pero a medida que se desarrollan los acontecimientos ante la atónita mirada del espectador, comprendemos que toda la película gira en torno a esos cinco primeros minutos. En ellos, se plantean cuestiones tan interesantes como la necesidad de ser fiel a unas convicciones propias y mantener una independencia intelectual respecto al resto de los mortales. En este caso concreto, una hija intenta demostrar a su padre que, cueste lo que cueste, quiere construir un nuevo mundo, cimentado sobre unas convicciones de hierro.
Sin embargo, rebasada la mitad de su metraje, ‘Paulina’ invita al replanteamiento parcial de lo comentado en líneas superiores. No solo están en juego la emancipación ideológica y las aspiraciones profesionales de una joven abogada, sacrificadas ante la posibilidad de luchar por una mayor igualdad entre clases sociales, sino también su integridad mental: la protagonista sufre en sus propias carnes las consecuencias de esas diferencias entre acomodados y desfavorecidos, en forma de una brutal agresión sexual.
De esta manera, el desafiante guión de Mitre, así como su protagonista, se resiste a señalar culpables y borra del mapa las fronteras entre víctimas y verdugos. En cierto modo, el director presenta a su protagonista como el paradigma de la integridad moral, llegando al extremo de despojarla de sentimientos tan humanos como el rencor y el odio. Cuando Paulina reacciona con frialdad y antepone el compromiso social a su bienestar, los cimientos del film se tambalean de una manera ostensible. Sin embargo, en ese mismo momento aflora en ella una legitimidad, que, si bien le era inherente, no se había podido apreciar anteriormente.
Surgen así una serie de cuestiones incómodas, que, contra todo pronóstico, son analizadas desde un punto de vista sociológico y evitan el enfoque visceral. Los lazos entre la protagonista y el patio de butacas pierden la intensidad de los primeros compases. Sin embargo, la narración gana en imprevisibilidad e invita al planteamiento de reflexiones atípicas para una situación tristemente habitual en nuestra sociedad. Asimismo, Mitre juega con las expectativas del espectador a través de unos pequeños flashbacks que varían la interpretación de las imágenes inmediatamente anteriores: «cuidado con lo que piensas, podrías carecer de la información necesaria para emitir un juicio de valor», parece insinuar el director.
‘Paulina’ te duele y no te deja gritar. Desearías que no fuera tan cerebral y te concediera la posibilidad de una pequeña venganza, que te invitara a un paseo por el blanco y por el negro en lugar de restregarte su amplia gama de grises, que no te hiciera sentir tan básico. Pero esa sería otra película. Puede que el idealismo se haya apoderado del guión en algunos compases del film y puede que algunos espectadores se sientan indignados ante las decisiones de su protagonista. Pero Mitre evita la tentación del adoctrinamiento y tan solo se permite la satisfacción personal de transformar a Paulina en alguien que ya no busca la aprobación ajena para tomar sus decisiones.
Carlos Fernández Castro