Nadie está a salvo de Sam (Summer of Sam, 1999)
Nota: 8
Dirección: Spike Lee
Guion: Spike Lee, Michael Imperioli, Victor Colicchio
Fotografía: Ellen Kuras
Reparto: John Leguizamo, Adrien Brody, Mira Sorvina, Jennifer Esposito, Anthony LaPaglia, Ben Gazzara, Brian Tarantina, Al Palagonia
Duración: 136 Min.
No hay nada como el cine para expresar el ímpetu de la juventud. A través de un objetivo inmaduro, las imágenes filmadas adquieren un brío y una intensidad que rara vez emanan de un autor veterano. Esto no es bueno ni malo, solo diferente. De vez en cuando viene bien sentir la adrenalina que corre por los planos de aquellos cineastas que filman por necesidad, porque la vida se les sale de los pensamientos.
Era el caso del Spike Lee de los años 90. Con 42 años y siete películas a sus espaldas, el neoyorquino ya había definido la personalidad de su cine. No obstante, en Nadie está a salvo de Sam abandona a sus chicos negros de barrio para centrarse en la comunidad italoamericana del Bronx de los años 70. Estamos en el verano en el que un asesino en serie puso en jaque a todos los ciudadanos de la gran manzana en general y a las mujeres morenas de la ciudad en particular.
Podríamos afirmar que la trama criminal es un mero mcguffin para construir una atmósfera paranoica y tensa, de cara a radiografiar la sociedad de la época desde la perspectiva del sexo, el sentimiento de pertenencia a una minoría y la tolerancia al diferente. Lee retrata un Nueva York en plena transición y todavía dividido en ghettos cerrados en sí mismos, inaccesibles al progreso, tan herméticos como lo podría ser cualquier pueblecito de la Italia de los 70.
En su protagonista podemos apreciar la culpa que caracteriza a los personajes de Scorsese, atrapados en las restricciones de la moral cristiana. Como ya se podía apreciar en Quien golpea mi puerta, el protagonista distingue entre mujeres sexualmente desinhibidas y la elegida para ser madre de sus hijos, sin posibilidad de rebasar esa línea que separa el sexo sucio del aprobado por la iglesia. Por otro lado, también se denuncia la imposibilidad de expresión sexual fuera de los marcos preestablecidos: desde la homosexualidad hasta la indefinición o el no encajar en lo políticamente correcto.
Spike Lee expresa sus ideas a través de dos amigos que han dejado de pertenecer a un mismo mundo. Son dos hipócritas que toman un camino diferente: mientras que John Leguizamo se siente como pez en el agua en esa doble moral tan practicada al otro lado del charco, Adrien Brody rompe parcialmente las cadenas con las normas no escritas. Lamentablemente solo en su forma de hablar y vestir (viste como un punk y habla con un forzado acento británico), pero no en la manera de expresar sus inquietudes existenciales y de gritar su odio hacia la sociedad puritana en la que ha crecido.
La amistad tiende un puente entre lo viejo y lo nuevo, como si el progreso fuera una posibilidad. Mientras tanto el hijo de Sam siembra el pánico en el barrio y el calor saca de quicio a todos los vecinos. Por un momento ladrones y policías se unen por un objetivo común. De algún modo, los extremos demuestran no ser tan diferentes y, consiguientemente, se hacen mas evidentes las intolerancias y la falta de empatía hacia los verdaderos «otros». Sorprendentemente, la sociedad mete en el mismo saco al incomprendido y al psicópata asesino. Como puede deducirse de estas líneas, Spike Lee abarca demasiadas ideas y en muchas ocasiones fracasa en el intento, pero sus triunfos parciales convierten a Nadie está a salvo de Sam en un visionado más que recomendable.
Carlos Fernández Castro