Mula (The mule, 2018)
Nota: 6,5
Dirección: Clint Eastwood
Guión: Nick Schenk (Artículo: Sam Dolnick)
Reparto: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Michael Peña, Dianne Wiest, Taissa Farmiga, Alison Eastwood
Fotografía: Yves Bélanger
Duración: 119 Min.
Siguiendo la estela de Robert Redford, parece que Clint Eastwood también se despide de la interpretación definitivamente. Y al igual que el eterno Butch Sundance, el mítico «pistolero sin nombre» ha escogido un guión que le permite agarrarse a los atenuantes de su condición de mito y un personaje instalado entre las sombras y las luces del tono escogido para su adiós. En resumidas cuentas, delincuentes que nunca han prestado atención a sus familias en pos de su verdadera vocación. Sin embargo, en el caso del despreocupado Earl Stone todavía quedan tickets para un último viaje a la redención.
Llama la atención la valentía de Eastwood a la hora de ponerse en la piel de un ser verdaderamente despreciable que da por buenos unos medios perjudiciales para la sociedad y para su propio futuro mediante unos fines que intentan llenar su vacío familiar y satisfacer sus caprichos patrióticos. Earl Stone es egoísta, machista y, a su manera, racista. Además vive anclado en los valores y las tecnologías del pasado. No se plantea la moralidad de su nueva y lucrativa actividad laboral: parece eximirse de culpa al no comprobar el contenido de sus entregas. Pero el mundo en el que vives no desaparece cuando cierras los ojos.
Eastwood se ríe de sí mismo, de su imagen pública y, de alguna manera, entona el «mea culpa» en nombre de todos los americanos que insisten en negar una realidad incómoda: la del tráfico de drogas, la del racismo, la de la cultura del éxito… Pero si en algo se diferencia está despedida de otras similares es en que aquí se despide tanto el mito como la persona. A las constantes referencias a su filmografía (ese giro final a lo Million Dollar Baby, el carácter mujeriego de los personajes de su primera época, su condición de veterano y patriota a lo Gran Torino…), se suman las resonancias de su vida personal (el marido ausente, el padre irresponsable, el macho alfa con escasa sensibilidad femenina y poca tolerancia hacia el diferente…) hasta el punto de asignar el papel de hija del protagonista a Allison Eastwood.
De alguna manera, el espectador asume el papel de confesor de alguien que reconoce sus errores pero que no se tortura demasiado por haberlos cometido. Acepta su culpa y cumple condena con la esperanza de seguir siendo la misma persona cuando llegue el momento de recobrar la libertad. Sin embargo, el cautiverio no impide que Earl Stone siga dedicado a su gran pasión, las flores, al igual que Clint Eastwood no parece arrepentirse de haber entregado su vida al séptimo arte, por muchos daños colaterales que le haya acarreado en su existencia más allá de los focos. Si Mula empieza con un plano de estas flores, termina del mismo modo, dando a entender que rectificar no consiste en dar la espalda al trabajo que siempre has amado, sino en reordenar tus prioridades.
Aparte, Eastwood plantea reflexiones en torno al tráfico de drogas, el reverso tenebroso del carpe diem y la importancia de la familia como piedra angular de la sociedad, así como una dura crítica hacia el estilo de vida americano, en el que un exitoso empresario puede perder su negocio por una mala racha y tener que dedicarse a actividades delictivas para poder sobrevivir. Tantas sombras se ven compensadas por las luces que aporta el sentido del humor contenido en el guión de Nick Schenk. Sin embargo, las piezas de Mula no encajan como debieran, a pesar de un magnífico pulso narrativo que, por momentos, invita a olvidar ciertos pasajes carentes de credibilidad a causa de la vanidad de un mito que no admite sus limitaciones fisicas e interpretaciones fuera de tono (Dianne Wiest no da la talla).
Sin embargo, el exalcalde de Carmel recupera el toque perdido en su anterior y nefasta película (15:17 Tren a París), haciéndonos creer que si tras El principiante (1990) llegó Cazador blanco, corazón negro (1990) para dar lugar a Sin perdón (1992), tal vez después de Mula llegue un nuevo hito en la carrera de un director incombustible que ya es historia del séptimo arte.
Carlos Fernández Castro