Morir (2017): crónica de una muerte anunciada
Nota: 7
Dirección: Fernando Franco
Guión: Fernando Franco
Reparto: Marián Alvárez, Andrés Gertrudix
Fotografía: Santiago Racaj
Duración: 104 Min.
¿Por qué (algunos) amamos ese tipo de cine que nos hace sufrir? Quizás porque nos conecta con la vida más que la propia realidad. En su último trabajo, Fernando Franco nos obliga a mirar a los ojos de la muerte durante noventa minutos y, en este caso concreto, no existen escapadas a la sala de vending para despejar la cabeza. ¿Por qué desperdiciar hora y media de nuestras existencias en semejante tortura? Tal vez porque es una manera idónea para reconocer el valor de aquello que cada día ninguneamos por haberse convertido en rutina: la normalidad de encontrarse lo suficientemente bien para amar, disfrutar, soñar, reír…
Cómo concepto, en Morir se aprecia el eco del Amor de Haneke. Sin embargo, el desarrollo del film enfoca la situación desde un punto de vista diferente: una mujer presencia en primera persona la muerte lenta y agónica de su gran amor, como ese puñado de arena que se desliza entre los dedos y acaba desapareciendo sin dejar rastro. En los diálogos de Franco no hay espacio para los «te quiero» y apenas para un solitario «gracias» o un casual «¿estás bien?» de un total desconocido, no existen las concesiones románticas y solo se respira el hedor de un final infeliz. En cierto modo, nos enfrentamos a un escape de vida que acaba imposibilitando la reciprocidad de un amor que solo circula en un sentido y permanece siempre en un fuera de campo muy próximo a los márgenes del encuadre. Para uno de ellos, terminó el momento para amar.
Como no podría ser de otra manera, el estilo visual del film destila austeridad en cada plano y rechaza cualquier tipo de preciosismo en sus composiciones: cámara en mano, panorámicas que huyen de la edición y preservan la intensidad de la narración, planos estáticos que respiran con naturalidad… Fondo y forma conviven en una armonía perfecta que condiciona el tono del film y su estructura narrativa. Al cubrir un periodo de tiempo tan extenso, Franco divide su guion en diversos bloques cuyas transiciones vienen marcadas por diferentes fundidos a negro que dan lugar a las pertinentes elipsis. En este sentido destaca la pericia del director a la hora de concebir el plano inicial de cada acto, que insinúa lo sucedido durante ese lapso de tiempo y establece las coordenadas de la situación actual.
Resulta interesante el enfoque de Franco, que se decanta por otorgar el protagonismo de la narración al miembro sano de la relación. Durante la película, el primer plano corresponde a la persona que sufre la perdida de un ser querido y no al que experimenta la agonía; a la persona que ha rogado a su pareja que se someta a un tratamiento aún en contra de su voluntad; a quien está dando todo lo que lleva dentro para suavizar la experiencia traumática de una muerte anunciada. Más que el acto de morir, Franco incide en la consecuencia inevitable de perder.
Y es precisamente este enfoque el que diferencia la película de otras muchas que practican la pornografía emocional sin ningún tipo de propósito moral y atentando contra toda ética. Franco es consecuente con su forma de filmar hasta ese último momento en el que acontece lo inevitable y su cámara recuerda el propósito inicial del film: rodar el acto prolongado de morir y no la muerte. Un cineasta tiene muchas formas de mantener la dignidad y la principal consiste en garantizar la de sus personajes.
Carlos Fernández Castro