Magia a la Luz de la Luna (Magic in the Moonlight) (2014)
Nota: 6,5
Dirección: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Reparto: Colin Firth, Emma Stone, Marcia Gay Harden, Eileen Atkins, Jackie Weaver, Simon McBurney
Fotografía: Darius Khondji
Duración: 97 Min.
Nadie se extrañará si afirmo que desde el año 2005, año en el que se estrenó «Match Point», la carrera de Woody Allen ha entrado en una lenta y progresiva decadencia. Ha llegado el momento en el que comparar sus nuevos trabajos con el resto de estrenos de turno se ha convertido en una maniobra que induce al autoengaño e invita a negar una evidencia que a muchos nos ha costado reconocer: los tiempos de «Manhattan», «Hannah y sus Hermanas», «Delitos y Faltas», y «Desmontando a Harry» han quedado atrás, y mucho me temo que nunca volverán. «Magia a la Luz de la Luna» es una comedia inofensiva, ágil, amable, y muy superior al 80% de las comedias que se han estrenado a lo largo del año, pero no menos cierto es que cae inmediatamente en el olvido en beneficio de pensamientos tan banales como la lista de la compra, o el típico recuento de los quehaceres para el día siguiente.
«Magia a la Luz de la Luna» homenajea ese cine americano de los años 50, en el que Leo McCarey y Alfred Hitchcock trasladaban los argumentos de sus películas a la elegante y glamourosa costa francesa. De esta manera, el espectador contaba con nuevo material para construir sus sueños más sofisticados, y la zona geográfica en cuestión era promocionada convenientemente. La sombra de dos clásicos indiscutibles el cine norteamericano sobrevuela todo el metraje, y no solamente por el inigualable contexto que ambos comparten con el último trabajo del director neoyorquino, sino por sus evidentes conexiones argumentales: esa visita a la tía solitaria de Stanley (como la de Cary Grant y Deborah Kerr en «Tú y Yo») que estrecha los vínculos entre los dos protagonistas, y esa historia de amor (Grant, una vez más, y Grace Kelly en «Atrapa un Ladrón») que no acaba de cristalizar debido a la desconfianza y la amenaza de un fraude.
Pero la creatividad de un Allen perezoso y rutinario, sigue siendo muy superior a la media, y aporta unas reflexiones que si no brillan por su originalidad, sí lo hacen por la frescura de su planteamiento. La cruzada del ilusionista Stanley (Colín Firth) por desenmascarar a la vidente Sophie (Emma Stone) no es más que un mcguffin que sirve como pretexto para hablar sobre la eterna dicotomía entre la pasión y la razón, la actitud que adoptamos frente a la vida, las pequeñas mentiras sin importancia que hacen nuestra existencia mucho más llevadera, y por supuesto, para contar la clásica historia de «amor reñido».
Precisamente este improbable romance es uno de los principales aciertos de «Magia a la Luz de la Luna». La diferencia de edad entre Colin Firth y Emma Stone, no impide que la «magia» del título se traslade a la gran pantalla con total credibilidad y rebosante de encanto. Y es que a pesar del cansancio, Allen sigue escribiendo diálogos chispeantes, y ha sido capaz de crear un buen puñado de situaciones cómicas que encajan con naturalidad en el rocambolesco argumento de su penúltima película. Asimismo, los sorprendentes giros de guión, escritos para la ocasión, amortiguan la sensación de rutina que desprenden sus últimos trabajos.
Porque al menos en esta película, Allen intenta salir de su cálida y mullida zona de confort mediante la construcción de un protagonista tan contradictorio (Stanley es ilusionista de profesión y pragmático de vocación) como las leyes de la atracción que dan forma a las parejas más insospechadas. El choque frontal entre el raciocinio de Stanley y la magia de Sophie no solo rompe progresivamente los esquemas del primero, sino que plantea numerosas reflexiones acerca de los valores absolutos que solemos asignar a conceptos tan relativos como la verdad y la mentira.
Ante la posibilidad de vivir una vida regida por la magia o el sentido común, ¿quién escogería la segunda opción? “La magia es sinónimo de engaño”, afirmaría Stanley basándose en su dilatada experiencia profesional. “¿Qué importancia tiene la naturaleza real o ficticia de algo que contribuye a tu felicidad?”, respondería Sophie. En definitiva, Woody Allen invita al espectador a dejarse llevar por la pasión y a permitir que, de vez en cuando, sus pies se despeguen del suelo. Supongo que, del mismo modo, nos incita a dejarnos engatusar por los encantos de “Magia a la Luz de la Luna”, sin exigir la perfección que algunos demandamos a todas sus creaciones.
Carlos Fernández Castro