Lo que esconde Silver Lake (Under the Silver Lake, 2018)
Nota: 6
Dirección: David Robert Mitchell
Guion: David Robert Mitchell
Reparto: Andrew Garfield, Riley Keough, Callie Hernandez, Topher Grace, Jimmi Simpson, Riki Lindhome, Summer Bishil, Zosia Mamet, Patrick Fischler, Laura-Leigh
Fotografía: Mike Gioulakis
Duración: 130 Min.
La polémica está servida. ¡Hagan sus apuestas, damas y caballeros! ¿Qué es Under the Silver Lake? ¿Una tomadura de pelo? ¿Un momento estelar de la historia del cine? ¿La supuesta resurrección de Hitchcock? De todo se ha dicho ya a estas alturas -incluida alguna que otra herejía cinematográfica. Parece en cualquier caso evidente que Under the Silver Lake polariza, incomoda, no deja indiferente. La crítica se ha dividido ante ella, el público también; su candidatura a la Palma de Oro en Cannes puede ser considerada absurda o merecida. Para tratar de entenderlo, no queda otra que lanzarse, como el torpón tardoadolescente al que da vida un Andrew Garfield bastante consistente, a desgranar las pistas que ofrece el propio film, y ver si encontramos un tesoro escondido o, más bien, polvo, paja, humo, nada.
En primer lugar, resulta indiscutible que buena parte de la provocación del film y de su éxito se deben a su pedigrí posmoderno: una identidad que explica desde su agotadora cinefilia hasta el régimen antinarrativo de un relato que -como su protagonista- deambula camino de ninguna parte, pasando por sus toques pseudofilosóficos y gnósticos, la banalización del sexo o su repugnante escatología digna de un desquiciado John Waters. Se entiende que, ante tal cóctel de elementos, hábilmente mezclados al ritmo preciso de la cultura de masas dominante, muchos se hayan inclinado en rendida pleitesía. El film de David Robert Mitchell toma con precisión el pulso de los tiempos. Tampoco cabe duda de que el realizador hace lo que quiere y sabe lo que hace: guion, montaje y estrategia narrativa parecen diseñados al milímetro, sembrando la cinta de rimas internas y de algunos momentos metacinematográficos para el recuerdo.
Y, sin embargo, aun entrando en su grotesco juego posmoderno, aun aceptando la pericia en la escritura fílmica de Mitchell, hay algo en Under the Silver Lake que no acaba de cuajar. Algo que hace de ella no solo una película deslavazada -no se lo podemos echar en cara: lo lleva en su ADN- sino, sobre todo, una propuesta incoherente. Algo, en definitiva, que da al traste con buena parte de la genialidad que desprende la cinta. Acaso solo una cosa: que el film resulta insoportablemente pretencioso. De continuo se tiene la impresión de oír la voz over de Mitchell diciendo: mírame, mira lo que hago, mira qué grande soy. Parece como si, más que un acto de amor al cine, Under the Silver Lake no fuese más que una gran masturbación cinematográfica para refocile y satisfacción de su director. Un hecho que convierte al espectador en voyeur, no solo en el habitual sentido literal del término (que también, y por sobreexposición) sino, sobre todo, en sentido figurado.
Habrá quienes se sientan cómodos en ese rol espectatorial que les asigna Mitchell. Habrá quienes disfruten con su cine “elefante blanco” de bombo y platillo. Pero, a quienes no lo puedan sufrir, Under the Silver Lake les resultará solo paja, en varias de las acepciones del término. Quien la quiera defender, encontrará argumentos sólidos para hacerlo. Quien la quiera despreciar, también. Por el momento, la división se reduce a una cuestión de mirada. Solo el tiempo, ese juez leal e implacable, pondrá el film en su sitio, sin duda apoyado en el futuro devenir de un director capaz de todo lo mejor y de todo lo peor.
Rubén de la Prida Caballero