Lazzaro Feliz (Lazzaro Felice, 2018)
Nota: 8,5
Dirección: Alice Rohrwacher
Guión: Alice Rohrwacher
Reparto: Adriano Tardiolo, Alba Rohrwacher, Agnese Graziani, Luca Chikovani, Sergi López, Natalino Balasso, Tommaso Ragno, Nicoletta Braschi, Leonardo Nigro
Fotografía: Hélène Louvart
Duración: 125 Min.
Tenía doce años y cursaba segundo de BUP cuando en un examen de latín me encontré de bruces con una frase que pocos supieron traducir: homo homini lupus. Quizás no estábamos demasiado curtidos en la vida como para deducir el sentido de sus palabras y mucho menos para comprender su verdadero significado. El hombre es lobo para el hombre. Y precisamente un lobo es el animal que acompaña al cuerpo del protagonista en dos momentos muy significativos de Lazzaro Feliz: el cierre de sus dos mitades.
¿Cómo distinguir la bondad de la estupidez y dónde trazar el límite que separa la virtud del vicio? Por lo que podemos deducir de las imágenes de Rohrwacher, en ambos casos el destino es el mismo: la esclavitud en beneficio de los que no son tan bondadosos. El tema se complica cuando barajamos la posibilidad de ser esclavos «felices», como es el caso de Lazzaro y sus vecinos en la primera mitad del film, o ser esclavos de la libertad, circunstancia expuesta en el metraje restante. De alguna manera, recuerda la situación que vivieron los afroamericanos a partir de la abolición de la esclavitud. ¿Y ahora qué hacemos?
A través de la participación de los mismos personajes, Rohrwacher plantea una comparativa entre dos realidades distintas (una es consecuencia de la otra). La primera responde a una especie de régimen feudal, en el que la nobleza se aprovecha del proletariado bajo la excusa de proporcionar el mejor contexto posible para su subsistencia. La segunda representa el mundo en el que vivimos, donde los personajes son víctimas de su nueva condición de seres libres. Como es evidente, este planteamiento corre el riesgo de ser manipulado en una mente como la del Nietsche de ‘El anticristo’: para las clases bajas, la servidumbre proporciona seguridad, mientras que la libertad entraña una serie de peligros que no están preparados para afrontar. Consecuentemente, lo lógico sería renunciar a ella.
Sin embargo, lo que les sucede a Lazzaro y sus compañeros de fatigas en la segunda mitad del film responde a las anomalías de un sistema que margina sistemáticamente a los inadaptados y a los más débiles. El problema es el sistema, no las víctimas de su perversidad.
A pesar del altísimo contenido político e intelectual de Lazzaro feliz, Alice Rohrwacher se las apaña para recurrir al naturalismo que ya dominaba su anterior film, brindando un trabajo que rebosa costumbrismo y un realismo mágico muy en la línea del Vittorio de Sica más pesimista. Al contrario que al resto de sus compadres, Lazzaro sigue cegado por una venda de inocencia que tapa sus ojos y le impide ver el lado oscuro de una mal entendida «libertad». Lazzaro representa la dificultad del ser humano para identificar las reglas del juego, para adaptarse a las diferentes formas de maldad del capitalismo. Ojalá no se hubiera levantado nunca, ojalá no hubiera nacido.
Carlos Fernández Castro