Langosta (The Lobster) (2015)
Nota: 8,5
Dirección: Yorgos Lanthimos
Guión: Yorgos Lanthimos
Reparto: Colin Farrell, Rachel Weisz, Lea Seydoux, John C. Reilly, Ariane Label, Angelika Papoulia, Ben Whishaw
Fotografía: Thimios Bakatakis
Duración: 118 Min.
En el universo de ‘Langosta’, vivir en pareja implica estar dentro de la legalidad. En el caso contrario, solo hay dos alternativas: enamorarse de alguien en un plazo limitado de tiempo, o ser transformado en un animal de libre elección. Poco importa quién impone estas reglas y por qué. Lo verdaderamente relevante es la sumisión aceptada por todos los individuos, salvo los que deciden vivir al margen del sistema. En base a ello, Yorgos Lanthimos limita la realidad de su película a tres espacios diferentes: la ciudad donde viven los emparejados, el bosque donde sobreviven los rebeldes, y el hotel donde los que han encontrado la soltería tienen la oportunidad de perderla.
Como es lógico, la urgencia de los que habitan ese extraño purgatorio con servicio de habitaciones provoca la desaparición de toda sutileza y romanticismo en el arte del cortejo: los coqueteos, las miradas furtivas, las tentativas frustradas de entablar conversación con la persona secretamente deseada, e incluso el otrora perenne «¿estudias o trabajas?», son sustituidos por fórmulas más directas, que encuentran su razón de ser en el instinto de supervivencia. La tensión sofoca cualquier brote de espontaneidad o manifestación de sentimientos. Por esa misma razón, percibimos una alarmante ausencia de vitalidad en la actitud de los personajes, muy en consonancia con la inexpresividad que caracteriza la dirección de actores de Aki Kaurismaki.
Si antes comentábamos las diversas zonas creadas por el director para delatar la sumisión o la rebeldía del individuo respecto al orden establecido, también es relevante la manera en la que divide su película en dos mitades, que bien podrían titularse ‘Pasaporte a la libertad’ y ‘Libertad condicional’. Mientras la primera de ellas se desarrolla casi enteramente en el hotel, la segunda transcurre en el bosque y ofrece unas sutiles pinceladas de la ciudad. Pero incluso cuando Lanthimos coloca a sus protagonistas en los únicos lugares que representan esa libertad en torno a la que gira toda la película, la contemplamos como una imposición: en el medio rural se ha de abrazar la eterna soltería; en el urbano es obligatorio vivir en pareja.
Esa idea de privación de libertad, que parece sobrevolar todo el metraje, no es sólo apreciable en el totalitarismo mencionado anteriormente, sino también en el personaje interpretado por Colin Farrell y otros habitantes del enfermizo mundo de ‘Langosta’: fingen sentimientos inexistentes cuando se ven forzados a encontrar pareja, y ocultan las pasiones que estallan en su interior cuando se enamoran en el seno de un grupo antisistema. Por eso resulta admirable la manera en la que el director heleno emplea el absurdo y el humor negro, dos recursos esenciales para moldear el tono del conjunto: la cámara lenta infunde una mezcla de lirismo y patetismo a las cacerías de rebeldes; la técnica del “empate a defectos idénticos” es utilizada para encajar artificialmente con la pareja deseada; la primera nota de romanticismo es representada a través de la caza de un conejo…
Por esta misma razón, no sería descabellado pensar en ‘Langosta’ como una denuncia del autoritarismo, algo que ya sucedía en ‘Canino’, y del nacimiento en la Europa actual de radicalismos políticos y populares, como reacción a determinados movimientos opuestos e igualmente extremistas. Con su habitual pesimismo, Yorgos Lanthimos ofrece un panorama desolador en el que la única vía de escape es individual y viene representada por el amor ciego.
Carlos Fernández Castro