La número uno (Numéro Une, 2018)
Nota: 8
Dirección: Tonie Marshall
Guión: Raphaëlle Bacqué, Marion Doussot, Tonie Marshall
Reparto: Emmanuelle Devos, Suzanne Clément, Richard Berry, Sami Frey, Benjamin Biolay, Francine Bergé, Anne Azoulay
Fotografía: Julien Roux
Duración: 110 Min.
Los cinéfagos compulsivos cada vez apreciamos más las películas que nos descolocan porque parecen una cosa y son otra, porque sorprenden o desbaratan positivamente nuestras expectativas. O porque, como en este caso, ofrecen varias interpretaciones —quizá complementarias, quizá contradictorias—, lo que es sinónimo de riqueza artística y sutileza de pensamiento. Con apenas una decena de largometrajes en tres decenios, la también actriz franco-norteamericana Tonie Marshall demuestra una más que notable madurez tanto en la escritura del guion como detrás de la cámara en La número uno.
Si leemos el argumento que proporciona la publicidad vemos una película feminista, esto es, una historia sobre la lucha de las mujeres por la igualdad y equiparación en el ámbito laboral. Dice así “Emmanuelle Blachey es una ingeniera que no duda en combatir por acceder a la presidencia de una empresa del CAC 40. Tiene aliadas, un grupo de feministas poderoso e influyente, y adversarios, los hombres de la compañía, concretamente dos de ellos que quieren conseguir el puesto y no dudarán en utilizar artimañas mezquinas y misóginas. Pero sin quererlo, su marido se vuelve un oponente inofensivo e inconsciente intentando protegerla, lo que hará que Emmanuelle tenga que superar los obstáculos de su vida profesional y personal para conseguir lo que desea.” Una historia que puede ser interesante por su militancia o compromiso, pero que parece invitar al didactismo de “película comprometida con la igualdad de género, necesaria, etc., etc.” sin mayores sorpresas ni ambición estética.
Afortunadamente, la cinta va mucho más allá. En primer lugar porque, al margen de las circunstancias concretas, Blachey es otra persona (mujer u hombre) que lucha por el poder, que tiene la ambición de llegar arriba, allí donde se toman decisiones que afectan a mucha gente, donde un dictamen tiene consecuencias, donde uno es escuchado, aunque también adulado y engañado. Como todo aspirante al poder, Blachey es una política que cuida las estrategias, mide bien sus pasos, pondera las alianzas, sopesa los dosieres con trapos sucios sobre el enemigo, mantiene el tipo ante las traiciones o las heridas que le infligen, matiza o cambia sus convicciones, intercambia apoyos por favores… un personaje de Shakespeare, vamos. Porque no se trata del poder democrático de las urnas y la esfera política, con una dimensión pública que implica cierta transparencia, sino del poder en la empresa, el poder económico que no depende de los votos, sino de inescrutables hilos y correlaciones de fuerza, como podía suceder en las monarquías selectivas donde ambienta sus conspiraciones El Bardo.
Esta dimensión de lucha por el poder resulta mucho más interesante, aunque ni niega ni orilla a la anterior. Eso sí, uno se puede preguntar si la aspiración al poder de las mujeres –por supuesto, muy legítimo desde el desequilibrio actual y los presupuestos de igualdad, y hasta necesario para una “normalización”- es algo sustancialmente distinto en la persona concreta de la que han mantenido los hombres a lo largo de la Historia, apelando al bien común, el sentido de responsabilidad, la fidelidad a una causa o partido, etc. Y aquí la película invita a una reflexión de enjundia: ¿el poder de las mujeres será un poder alternativo o reproducirá los mecanismos perversos de las “machocracias”?.
Pero La número uno dista mucho de ser una película discursiva y de emplear la historia para vehicular mensajes o proponer al espectador tesis para el debate; Blachey es una mujer singular, como cualquier persona/personaje de entidad, construida de forma admirable por Emmanuelle Devos, que da el tipo perfectamente e interpreta con la mínima gestualidad. En los antípodas de la heroína o la tipa autosuficiente, sus circunstancias no son fáciles con su marido semiausente que resulta víctima colateral de su lucha por el poder; con su niña a quien no dedica bastante tiempo; con el shock emocional que sufre en Dauville cuando acude a un congreso y se encuentra con una mujer ahogada en la playa que le recuerda a su madre… Una mujer fuerte y frágil al mismo tiempo; con las dudas e incertidumbres de cualquiera; lejos de todo estereotipo de mujer ambiciosa. Incluso reticente a aparecer como adalid de la lucha de las mujeres. En fin, todo ello otorga complejidad a una película que propone temas de alcance, cuenta una historia con convicción e invita a profundizar gracias a un excelente guion, medido y con ritmo.
José Luis Sánchez Noriega