La Huida (The Getaway) (1972): un Hombre Duro y un Director Romántico
Nota: 8,5
Dirección: Sam Peckinpah
Guión: Walter Hill (Jim Thomsom)
Reparto: Steve McQueen, Ali McGraw, Ben Johnson,
Fotografía: Lucien Ballard
Hubo una época en la que los tipos duros en el cine eran realmente duros: Lee Marvin en «A Quemarropa», Humphrey Bogart en «El Sueño Eterno», Charles Bronson en «Hasta que llegó su Hora», Clint Eastwood en «Harry el Sucio»… A pesar de ello, todos estos personajes carecían de rasgos que les hicieran mínimamente humanos y con los que nos pudiéramos identificar. En «La Huida», su protagonista, nada más salir de la cárcel, se reencuentra con su mujer y le pide que le lleve a un parque donde observar a la gente tumbada en el césped y poder darse un baño; acto seguido, ambos vuelven al hotel y Doc, trastornado por su estancia en la cárcel, sacrifica el estereotipado e inmediato polvo, que suele suceder en estas ocasiones, por un abrazo. Por estas razones, ninguno de los mencionados anteriormente ha podido arrebatar el trono de los tipos duros a Doc McCoy, interpretado por Steve McQueen (El Rey del Juego, La Gran Evasión) en uno de los momentos álgidos de su carrera. Porque cuando Doc está en peligro, mata sin dudarlo; cuando se siente traicionado, emplea la violencia con quien sea necesario; y cuando tiene que tomar una decisión, no duda.
Esta película, dirigida en 1974 por Sam Peckinpah, supuso uno de los picos comerciales del prestigioso director americano (Grupo Salvaje, Perros de Paja). La continua sensación de incertidumbre que transmite su historia, la intensidad sofocante de muchos de sus planos y dos protagonistas cuya química traspasó la pantalla, son los culpables de que «La Huida» se haya convertido en un inmejorable ejemplo de como hacer cine de acción de calidad.
Aunque no deberíamos obviar que, una vez más, nos encontramos ante un evidente caso de «macguffin». Lo que verdaderamente quiere contarnos Peckinpah es la historia de amor entre Doc y Carole MacCoy. Al tratarse de una temática que no había abordado con anterioridad, el cineasta americano decidió ubicarla en un contexto que le era bastante mas familiar, por la violencia del mismo, y en el que se encontraba lo suficientemente cómodo como para lanzarse a nuevos retos.
Es evidente que logró su objetivo de una manera brillante y con una solvencia muy superior a lo esperado. Sus personajes no solo transmiten a través de sus interpretaciones, sino que éstas son potenciadas por el magnífico uso que se hace del montaje. La secuencia inicial, que transmite la desesperación de Doc al no conseguir la libertad condicional, es un auténtico derroche de talento; un acertado uso del sonido, una edición solapada de varias secuencias desordenadas pero eficientemente enlazadas, y una interpretación magnífica consiguen que el espectador sienta la necesidad, tal y como le ocurre a Doc, de pedir a Carole, su mujer, que le saque de la cárcel a a toda costa.
El precio resulta demasiado alto y sorprendente para Doc; no solo implica tener que volver a delinquir, sino también la forzada infidelidad de su esposa. Peckinpah hace girar el argumento en torno a este suceso y lo utiliza como punto de partida para su historia de amor. La fidelidad, la comprensión , el sacrificio y un sinfín de elementos que mezclados con cuidado sostienen una pareja, están presentes en la tensa relación del matrimonio MacCoy. Ante todo, estamos ante una película de sensaciones, de callejones sin salida, de momentos de una violencia lírica marca de la casa.
Un botín de medio millón de dólares es el culpable de que todos les persigan. Un botín de medio millón de dólares es el culpable de que tengan que estar unidos en el peor momento de su relación. Probablemente sin este botín, ambos tomarían caminos diferentes y no volverían a verse. Si después de todo, se hubiese invertido ese medio millón de dólares en evitar que Quincy Jones compusiera la banda sonora, la jugada habría sido casi perfecta.
Carlos Fernández Castro
Si te gustó esta crítica, pincha el botón «Me Gusta» y ayúdanos a crecer. Gracias.
Totalmente de acuerdo con tu comentario sobre la secuencia inicial: es de un talento arrollador.
Respecto a la historia de amor, creo que Peckinpah rodó una otra historia mucho más sucia, trágica y crepuscular en «Quiero la cabeza de Alfredo García».
Sí Aythami, «Quiero la Cabeza…» es una película sucia en general, con un protagonista con el que es difícil empatizar desde el principio; es una película que huele a podrido que transmite sequedad…Tiene grandes virtudes, pero no permite el acercamiento del espectador a la historia.
Se rodó en el 72′ no en el 74′,por lo demas guay