La fábrica de nada (A Fábrica de Nada, 2017)
Nota: 9
Dirección: Pedro Pinho
Guión: Tiago Hespanha, Luisa Homem, Leonor Noivo, Pedro Pinho (Idea: Jorge Silva Melo)
Reparto: Carla Galvão, Dinis Gomes, Américo Silva, José Smith Vargas
Fotografía: Vasco Viana
Duración: 178 Min.
A menudo nos preguntamos por qué el ciudadano no se levanta contra el poder establecido: los gobernantes no miran por el bien común, la distribución de la riqueza tiende al desequilibrio más extremo, el grado de rigurosidad en la aplicación de la justicia depende del sujeto a juzgar… Y es que merced a la incapacidad histórica del pueblo para organizarse, rara vez rebasa su descontento la categoría de palabra para materializarse en hechos. Hasta ahora, el capitalismo siempre ha ganado la partida al resto de sistemas económicos, incluso a los diseñados para preservar los derechos del proletario. Pero ¿y si fuéramos capaces de cortar los hilos que vinculan perversamente a los maestros con sus marionetas?
En la película de Pedro Pinho, los trabajadores de una fábrica de ascensores deciden ocupar sus instalaciones al comprobar que la empresa matriz desea cesar la actividad y despedir a la plantilla a cambio de unas indemnizaciones tan apetitosas a corto plazo como irrisorias de cara a un futuro incierto en un país azotado por la crisis. Ante todo, aclarar que el portugués no se deja llevar por el espíritu «Mr. Wonderful» y esquiva brillantemente la apología de la autogestión para mostrarla como una mera alternativa a un desenlace trágico.
A partir del momento en que los protagonistas se hacen con el control de la fábrica, emanan una serie de reflexiones de las imágenes del film, que adoptan la forma de preguntas sin respuesta. En cierto modo, la situación planteada por Pinho demuestra la invalidez del sistema económico actual y de su alternativa más conocida, invitando al espectador a identificar los obstaculos que dificultan la conciliación entre el ser humano y el mundo que éste ha creado. En sintonía con los diferentes puntos de vista que plantea el director, A fábrica de nada recurre a la realidad y a la ficción, a la comedia y al drama, al musical y al cine experimental.
Incluso se permite el lujo de albergar en su interior un interesante juego metacinematográfico que viene representado por un personaje de múltiples funcionalidades: una suerte de filósofo que, al mismo tiempo, cumple los cometidos de ser el alter ego de Pedro Pinho en el interior del film, observar las negociaciones del grupo de trabajadores, asistir a los conflictos que surgen entre los comprometidos con la causa y los disidentes, debatir con sus (pedantes) amigos franceses el sentido de una revolución orquestada bajo los códigos del sistema…
Mediante planos largos, el luso mantiene el ritmo fluido de la narración: en ocasiones desde la distancia, para ofrecer una visión general de la acción dentro del entorno de la fábrica; en ocasiones desde la -íntima e indiscreta al mismo tiempo- proximidad que sólo proporciona el buen empleo del zoom, navegando entre los rostros de unos personajes que luchan por su dignidad, huyen del naufragio y buscan solidaridad en rostros ajenos. De esta manera, A fábrica de nada logra la absoluta involucración del espectador desde el punto de vista humano y desde la perspectiva del debate ideológico.
Sí en un primer momento Pinho apuesta por un protagonismo conjunto, propio del cine soviético revolucionario, a medida que transcurren los minutos el film se focaliza en uno de los trabajadores de la fábrica, como si se tratara de una maniobra que desplaza la película desde el terreno de las ideas a un universo mas humanista. Por el camino, asistimos a una serie de giros formales y a una alternancia de géneros que, sin romper la cohesión del conjunto, hacen del visionado una experiencia absorbente y muy estimulante desde una perspectiva cinematográfica. Finalmente el luso propicia una salida digna para sus personajes, como la llama de esa vela que lucha por sobrevivir en el corazón de una tormenta.
Carlos Fernández Castro