La espía roja (Red Joan, 2018)
Nota: 6
Dirección: Trevor Nunn
Guion: Lindsay Shapero
Reparto: Sophie Cookson, Judi Dench, Tom Hughes, Stephen Campbell Moore, Tereza Srbova, Kevin Fuller
Fotografía: Zac Nicholson
Duración: 103 Min.
Como se sabe, desde los años 30 y en la época más dura de la guerra fría la Unión Soviética contaba con una importante red de espías dobles en el MI 6 británico. Jóvenes de clase acomodada y hasta aristócratas, estudiantes de las universidades de élite y miembros de clubes exquisitos, quedaron seducidos por los ideales comunistas y —traicionando a su clase social y a su país— pasaron información decisiva al Este desde puestos estratégicos en la diplomacia, el gobierno o el propio servicio secreto. Los más conocidos fueron los “cinco de Cambridge” encabezados por Kim Philby. Hay unas cuantas novelas, libros de memorias y películas que documentan los casos particulares, todos ellos de varones.
Ahora se estrena una estimulante historia basada en Melita Norwood (1912-2005) (Joan Stanley en la ficción), detenida y acusada ya en su ancianidad de haber espiado a favor de la URSS desde antes de la II Guerra Mundial. Articulada en dos tiempos, se cuenta el interrogatorio a que es sometida en el año 2000 la venerable jubilada, y la sorpresa y posterior indignación de su hijo que creía conocer a su madre; y, en el pasado de 1938, cómo la joven estudiante de Física se enamoró de un militante comunista y fue presionada hasta que trasladó a los rusos informes decisivos sobre la fabricación de la bomba atómica, en un momento de guerra en que se desata una carrera donde compiten británicos, canadienses y norteamericanos, además de rusos y alemanes. No sé hasta qué punto la película es fiel a la realidad histórica; desde luego, resulta bastante favorable a Norwood.
A estas alturas no es fácil que una película de espías depare muchas sorpresas al cinéfago. Sin embargo, La espía roja seduce por su capacidad para empatizar con una joven desorientada, presa de sentimientos encontrados, consciente del momento histórico que vive y muy coherente con su conducta. Es decir, no obedece al estereotipo de traidor y cínico que maniobra según sus intereses y, al final, sólo es fiel a sí mismo; ni tampoco al tipo ingenuo arrastrado por las circunstancias o ideales que el tiempo se encargará de devaluar. Joan madura políticamente en un clima antifascista —los primeros actos que vive son de solidaridad hacia la República española durante nuestra guerra— que propicia el alineamiento con la Unión Soviética entre los jóvenes progresistas de la universidad británica.
Los vaivenes sentimentales hacen más frágil a esta mujer que las circunstancias sitúan en primera línea en la investigación de la energía nuclear. Los ingleses, recelosos de Estados Unidos, se unen a canadienses para conseguir la bomba. Joan decide trasladar a los rusos los avances científicos sobre el tema desde la convicción de que todos están en el mismo bando en la lucha contra la Alemania nazi y de que la paridad en las armas nucleares llevará a la paz fruto del equilibrio, en la medida en que ninguna potencia aventaje a las demás. Ella es muy sensible por la experiencia del horror de Hiroshima y Nagasaki; este argumento justificará su conducta a posteriori por su acertada prospectiva, como Joan explica en su confesión pública.
Con un ritmo espléndido debido a un guion muy medido y las fascinantes presencias de Judi Dench y Sophie Cookson (las Joan anciana y joven), La espía roja se disfruta en cuanto historia, proporcionando al espectador el “placer del relato”, y gratifica en el dilema ético y la reflexión a que invita el comportamiento de su protagonista, por la sólida empatía que establecemos con ella. En un segundo plano, queda apuntado el machismo consuetudinario de la época que considera excepcional que una mujer sea universitaria o su labor vaya más allá de servirle el té a los científicos.
José Luis Sánchez Noriega