La bruja (The Witch) (2015)
Nota: 8,5
Dirección: Robert Eggers
Guión: Robert Eggers
Reparto: Anna Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw, Lucas Dawson, Ellie Grainger, Julian Richings
Fotografía: Jarin Blaschke
Duración: 92 Min.
Envejezcamos el nuevo mundo a imagen y semejanza de Europa. Por ejemplo, llamemos a este asentamiento Nueva Inglaterra. Y ¿por qué no?, importemos nuestra religión e impongámosla a propios y extraños. Que los infieles no puedan arrebatarnos la fe. Así llegaron los colonos a América, con la esperanza de construir un mundo mejor. Pero a pesar de que dejaran un océano a sus espaldas, el hombre siguió siendo un lobo para el hombre y arrastró consigo los mismos temores y las mismas penurias de siempre.
Podríamos afirmar que la supervivencia es el contexto en el que se desarrolla el argumento de La bruja, mientras que el miedo es el motor del conflicto que enfrenta a sus personajes. Tanto es así que en ella se pueden apreciar resonancias tanto de El bosque (M. Night Shyamalan, The Village, 2004) como de La cinta blanca (Michael Haneke, Das Weisse Band, 2009). En la secuencia inicial, asistimos al juicio en el que se expulsa a una familia (un bebé, dos hermanos gemelos, un par de adolescentes y un matrimonio) de la colonia en la que vivían hasta ese momento, debido a sus extremas convicciones religiosas y a su afán de inculcarlas al resto de los vecinos. A partir de ese momento y recurriendo a unas limitaciones de corte psicológico, Robert Eggers construye una atmósfera claustrofóbica que, paradójicamente, encierra a sus personajes en un espacio geográficamente abierto.
Un bosque, un establo y una casa. Un reparto de caras desconocidas, un perro y un par de cabras. El fanatismo religioso como ingrediente infalible para provocar las fricciones personales. Y un director que desde el primer fotograma anuncia una película de terror diferente. Apoyada en una providencial dirección de actores, la cámara de Eggers alcanza gran expresividad gracias a la composición de los planos y a la fotografía de Jarin Blaschke, que encuentra en el naturalismo y en su excepcional manejo de la iluminación sus principales bazas. Asimismo, destaca una banda sonora tan sugerente como desquiciante y un guión que en todo momento sabe poner el dedo en la llaga.
Como se deduce de líneas superiores, La bruja no es un deslumbrante solo de violín, sino el trabajo de un magnífico director de orquesta y el de unos músicos perfectamente afinados. Indudablemente, sus imágenes hacen gala de una atípica potencia visual, pero sería injusto obviar la trascendencia de las soberbias interpretaciones y de su guión. A pesar de que en muchos momentos Eggers escriba fundamentalmente con la cámara, la mayor parte del tiempo apoya sus planos en una serie de situaciones que, ya sobre el papel, mantienen el altísimo nivel de intensidad que sobrevuela todo el metraje. Cada acontecimiento dramático es sucedido por otro que eleva la narración a un nivel superior. Cada diálogo y cada descripción encuentran la mejor traducción posible en la gran pantalla.
Y es que el debutante obtiene petróleo de detalles que podrían haber pasado desapercibidos: los planos del padre de familia cortando leña representan la evolución psicológica del personaje, las miradas furtivas del joven Caleb al incipiente escote de su hermana anuncian la tormenta en el seno de una familia sometida a una interpretación restrictiva de la religión, la forma en la que se retrata a los gemelos mientras juegan con Black Philip (una cabra negra) transmite desasosiego. A menudo, la cámara observa detenidamente a sus personajes extrayendo una extraña autenticidad de sus rostros, mientras que en otras ocasiones recurre al plano secuencia para mantener la intensidad de la narración.
Según transcurren los minutos, se desatan las hostilidades entre todos y cada uno de los miembros de la familia, hasta alcanzar un climax perturbador que transmite la sensación de estar ante una obra atemporal, capaz de extraer belleza de la descomposición de una familia en la América del S. XVII. Más allá del evidente ejercicio de género y de las novedades que aporta desde el punto de vista contextual, La bruja contiene una deslumbrante crítica al fanatismo y a la manipulación de la culpa por parte de la religión, aparte de resucitar un cine de terror basado en la psicología de los personajes. Puede que en algún momento pierda contundencia al no mantener el realismo en su tono narrativo y al coquetear con la fantasía, pero en todo caso es un defecto que no hiere de muerte al producto final y que podemos achacar a los relatos y a los archivos judiciales que sirvieron de inspiración al guión. Apunten este nombre: Robert Eggers. Dará mucho que hablar.
Carlos Fernández Castro