La alta sociedad (Ma Loute) (2016)
Nota: 7,5
Dirección: Bruno Dumont
Guión: Bruno Dumont
Reparto: Fabrice Luchini, Juliette Binoche, Valeria Bruni Tedeschi, Brandon Lavieville, Didier Després
Fotografía: Guillaume Deffontaines
Duración: 122 Min.
El ser humano suele perder sensibilidad ante situaciones que dejan de ser novedosas para convertirse en habituales. Por esa misma razón, cuando considera que la repetición de una de ellas no justifica la pérdida de atención por parte de sus semejantes, tiende a exagerar la realidad en busca del impacto esperado. Tal vez esta reflexión no tenga nada que ver con los pensamientos que rondaban la cabeza de Bruno Dumont al realizar su último trabajo, pero es evidente que su denuncia de la eterna lucha de clases no provoca la indiferencia.
Aunque los personajes de La alta sociedad sean caricaturas de personas de carne y hueso, identificamos sin esfuerzo sus modelos de origen. Probablemente, un retrato realista hubiera silenciado el mensaje transgresor del film. Sin embargo Ma Loute y los suyos miran con un descarado recelo a esos miembros de la alta sociedad que observan sus atuendos rurales y su estilo de vida con insultante curiosidad, mientras que los burgueses acomodados deciden ignorar el evidente desprecio que despiertan en sus desfavorecidos vecinos y se entregan a una vida tan disoluta como extravagante.
Asistimos al enfrentamiento de dos polos opuestos cuya desigualdad provoca reacciones muy distintas en ambos extremos del espectro social: la fascinación que despiertan las miserias ajenas frente a la envidia que provoca la visión de una riqueza inalcanzable. Y a medio camino entre unos y otros, Bruno Dumont se saca de la manga un par de policías inútiles (muy en la línea de Petit Quinquin) que investigan una serie de desapariciones, acaecidas a partir del momento en el que los miembros de la alta sociedad inician su periodo vacacional en la bella zona costera donde habita la humilde familia de Ma Loute.
Sin perder la coherencia argumental y estilística, las situaciones absurdas se suceden sin solución de continuidad. Asimismo, Dumont perfila cuidadosamente los espacios en los que se desarrolla la acción y normaliza las atípicas relaciones de sus personajes a través de la repetición, construyendo un universo muy especial en el que las excentricidades de su creación llegan a cobrar un cierto sentido. Los ricos hacen gala de un decoro externo que nada tiene que ver con la suciedad de su hipocresía moral. Los pobres sobreviven a través de la recogida de mejillones y proporcionando una logística adecuada a las necesidades lúdicas de los visitantes estivales.
Mientras tanto, dos jóvenes pertenecientes a mundos completamente diferentes cometen el error de pensar que el amor no conoce de clases sociales. De esta manera, el (peculiar) estudio sociológico es complementado por un tortuoso romance que, en sintonía con el resto del film, descarta cualquier tipo de cliché. De cara al espectador, la responsabilidad de los extraños acontecimientos (tanto criminales como amorosos) que dominan el metraje de La alta sociedad es repartida entre ricos y pobres. Sin embargo, en el universo de estos esperpénticos personajes reina la confusión y un misterio que a nadie es capaz de resolver. Todo es lógico y nada tiene sentido en esta corrupta, decadente y alta sociedad que, aún sin saberlo, tiene sus días contados.
Carlos Fernández Castro