Klaus (2019)
Dirección: Sergio Pablos Guion: Sergio Pablos, Zach Lewis, Jim Mahoney (Historia: Sergio Pablos) Reparto: Animación Duración: 97′
El momento de redactar estas líneas es casi simultáneo a la proclamación de Klaus como candidata al Oscar a la mejor película de animación. Una nominación que es motivo de júbilo para la industria cinematográfica española, que ve así, por segunda vez en su historia, a una cinta de animación íntegramente rodada en nuestro país pujar por un trono correspondiente a su categoría.
Lo cierto es que el film bien lo merece. Y que se veía venir. Sergio Pablos, el alma mater de Klaus, puede ser un director novel, pero está bien curtido en el campo de la animación. Su nombre aparece, entre otras películas, en el Tarzán (Tarzan, Chris Buck y Kevin Lima, 1999) de la Disney, o en Gru: mi villano favorito (Despicable me, Pierre Coffin y Chris Renaud, 2010) en la que se le acredita como el padre de la franquicia del villano de corazón blandito. Con estos antecedentes, la frescura de Klaus no sorprende: ante todo, la película se siente como una bocanada de aire puro -no solo por los nevados fondos-, como una invitación a disfrutar como un niño.
Nada hay aquí del retorcimiento a veces presente en las películas de Pixar, Dreamworks o Illumination, ningún juego de palabras, ninguna doble lectura. Lo cual no quiere decir que la obra se sustente en un guion endeble o simplón. Antes bien todo lo contrario: como un gran cuentacuentos, Sergio Pablos se dedica aquí a generar mitología, alumbrando una explicación redonda sobre el origen de Santa Klaus. Y de paso -sin el índice en alto ni moralismos ñoños- pone de manifiesto la estupidez de las ideologías, la cerrazón que nos infla a veces a los adultos y de la que los niños se pueden contagiar, pero no enfermar gravemente. De hecho, uno de los mayores logros de Klaus es tratar a los niños -a los de la pantalla y a los de fuera de ella- como personas inteligentes, especialmente capaces de percibir lo bello, lo verdadero y lo bueno… Y de cambiar el mundo que les rodea a través de una inocencia y una ternura literalmente desarmantes.
A nivel formal, Klaus se entronca dentro de la mejor tradición artística de las películas clásicas de Disney, aquellas joyas de los cincuenta y los sesenta en las que aleteaba el genio de Mary Blair y Tom Oreb, que parece inundar también los fondos y los personajes de Klaus. El arte del film bebe de esas fuentes, pero no se las apropia, sino que se apoya en lo que existe para hacer algo mejor -que, dicen, es el principio de la sostenibilidad. De hecho, parece que Pablos y su equipo fueron bien conscientes de las implicaciones de que se trate de una película Netflix, y el resultado visual es disfrutable tanto en la gran pantalla como en el portátil. Algo difícil de creer a priori para los cinéfilos puristas, hasta que experimenten el placer de ver en la tablet o el ordenador lo más parecido a un libro ilustrado en movimiento que jamás se hubieran imaginado.
Estamos todos, en fin, de enhorabuena. Oscar arriba, Oscar abajo, Klaus revela la buena salud de la animación española, que ha dado a luz a una innegable hija predilecta. Y, sobre todo, a una obra inmortal y algo mágica, capaz hasta de mantener en silencio a una sala llena de niños atónitos, divertidos, encantados. Privilegios del cine grande.
Rubén de la Prida Caballero