Inmersión (Submergence, 2017)
Nota: 5
Dirección: Wim Wenders
Guión: Erin Dignam (Novela: J.M. Ledgard)
Reparto: James McAvoy, Alicia Vikander, Alexander Siddig, Celyn Jones, Reda Kateb, Mohamed Hakeemshady
Fotografía: Benoît Debie
Duración: 111 Min.
Debutante a final de los sesenta, Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) es el cineasta más joven del Nuevo Cine Alemán y, junto a Werner Herzog, el de carrera más dilatada, diversa y de mayor proyección internacional. Ha rodado en medio mundo y, desde luego, es de los directores europeos con historias más universales. Le debemos películas de ficción tan memorables y carismáticas como El amigo americano (1977), Paris, Texas (1984) y Cielo sobre Berlín (1987); y varios documentales con interés, tanto musicales (Buena Vista Social Club, 1999) como sociales, como esa excelente pieza sobre el fotógrafo Sebastião Salgado titulada La sal de la tierra (2014).
Pero este inteligente y buscador poeta de la imagen lleva una racha mala, con películas de escasa inspiración en los últimos años; obras de cierta ambición, que buscan la novedad, pero cuyos resultados dejan que desear. Le pasa con la adaptación de una novela que uno intuye medianamente novedosa con el tema del abismo (descenso a los infiernos, pero también regreso al útero materno) por debajo de una relación amorosa más o menos sabida, que el cineasta germano lleva a la pantalla sin conseguir darle fuerza a la alegoría que trascienda la historia.
El agua y el abismo están presentes en las vidas de un espía británico (James McAvoy) que, haciéndose pasar por ingeniero hidráulico, viaja a Somalia para infiltrarse en un grupo de adiestramiento de terroristas en el centro del yihadismo y la científica Danielle, que investiga las condiciones de vida en las fosas marinas y el surgimiento de bacterias y hongos en las chimeneas submarinas. Coinciden unos días en un hotel de la costa de Normandía y prende con fuerza un amor de inmediato herido por la distancia. Cada uno por su cuenta emprenden su particular descenso a los infiernos: de tortura, soledad, hambre y aislamiento en el caso de James, recluido en un sótano maloliente de una aldea costera en África; de incertidumbre y ausencia en Danielle, dolida por no tener noticias de su amor y temerosa de bajar en el batiscafo a un fondo del océano desconocido.
Inmersión peca de larga, premiosa e incapaz de atrapar al espectador, ni en el romance –tan artificioso y sabido que carece de emoción- ni en la intriga de acción, pues pesan demasiado las reiteraciones y las indefiniciones. El valor alegórico de la historia, con el citado tema del agua y del abismo, cobra fuerza demasiado tarde y lo hace también con escaso desarrollo. Da la impresión de que Wenders no se ha atrevido a dejar en un segundo plano la historia narrativa para abundar en los elementos simbólicos y mostrar a dos personajes inseguros, atraídos por el vértigo de la búsqueda hacia un abismo que puede ser mortal, pero también lecho marino donde surge la vida. O, si se prefiere, abundar en cómo el agua tan presente a lo largo de todo el relato puede ahogar, pero también dar vida como el líquido amniótico en que flota el embrión. El narrador de convenciones ha primado sobre el poeta de imágenes.
José Luis Sánchez Noriega