Horizontes lejanos (Bend of the river, 1952)
Una de las películas que mostraré a mi hijo cuando tenga uso de conciencia será Horizontes lejanos (Bend of the river). A partir de ese momento, jamás olvidará que «un hombre no es una manzana» porque, al contrario que las manzanas, un hombre podrido siempre tendrá una segunda oportunidad, el derecho a cometer errores en su vida. Algo que no solo debería ser aplicable a nosotros mismos -no desperdiciemos la posibilidad de una redención a tiempo- sino a quienes entren en nuestras vidas al rebufo de una reputación dudosa.
En esta película de Anthony Mann, a la que el término western le sienta demasiado estrecho, los paisajes y las condiciones climatológicas vuelven a condicionar el devenir de los personajes (las montañas, el río, la llegada del invierno). En cierto modo, se erigen una suerte de guionistas de un viaje físico que posteriormente deviene en viaje emocional. De alguna manera, esas limitaciones geográficas condicionan el comportamiento de sus transeúntes y les obligan a mostrar su verdadera naturaleza en la medida de sus necesidades fisiológicas y sus ambiciones personales.
Una vez más, la colaboración entre Anthony Mann y James Stewart da como resultado una película repleta de reflexiones sobre la condición humana. Y a pesar de la dimensión de sus temáticas, la dirección, confiada y firme en su conducción, se muestra directa y hace gala de una magnífica economía expresiva, de manera que muchos de sus encuadres expresan tanto o más que las líneas de diálogo de sus personajes.
Sin ser explícito, Mann busca la complicidad del espectador y le interpela constantemente a través de sus protagonistas. Gran parte de la responsabilidad recae en el guión de Borden Chase, que construye dos versiones de lo que viene a ser un mismo personaje, Glyn (James Stewart) y Emerson (Arthur Kennedy), colocados a ambos lados de la línea que separa el egoísmo y la ética. Podríamos decir que Glyn es un modelo evolucionado de Emerson quien, bajo la apariencia de un hombre de bien, se mueve únicamente en función de sus propios intereses.
En el universo de Mann, la posibilidad de ganar un puñado de dólares más es automáticamente descartada cuando se confronta al deber de «hacer lo correcto». Una conciencia tranquila vale más que un bolsillo repleto de monedas de oro, al igual que un acto movido por la pasión y la convicción tiene todas las de ganar por muy difícil que sea su ejecución. Podríamos decir que esta película, defensora a ultranza de la redención personal, encuentra su pareja perfecta en Tierras lejanas, una obra que invita a creer en el prójimo, y su antítesis en la también magistral pero pesimista e individualista Solo ante el peligro.
Horizontes lejanos son noventa minutos de una prodigiosa síntesis narrativa en la que no hay lugar para el aburrimiento y apenas para la reflexión. Tal vez por ese motivo se suele hablar de ella, de una manera simplista, como un modélico western, sin tener en cuenta la dimensión humana de su propuesta. Una película de héroes que fueron villanos y villanos que no aceptaron el sacrificio que implica ser un verdadero héroe.
Carlos Fernández Castro