Había un padre (Chichi ariki, 1942)
Sí hay algo imperturbable en el universo cinematográfico es el cine de Yasujiro Ozu. Sin importar lo que suceda en la pantalla, la serenidad y el equilibrio siempre dominan la situación. Tampoco hay lugar para la precipitación. Sus legendarios planos de transición marcan un ritmo que en todo momento controla el fluir de la narración. Y esa misma estabilidad que dominaba sus películas, se extendía a la uniformidad de su filmografía: las mismas preocupaciones y el mismo estilo narrativo.
En Había un padre los planos vuelven a estar sometidos a los noventa grados que solo permiten la existencia de paralelas y perpendiculares respecto a los márgenes del encuadre, garantizando un perfecto orden dentro del plano y en el interior de sus personajes. La cámara se mantiene estática y a ras del suelo, mientras que el montaje sigue siendo preciso y estando sujeto a unas reglas propias que, en muchas ocasiones, ignoran los límites del eje.
Al tratarse de una producción de 1942, todavía no proliferan los plano contraplano frontales tan característicos de su cine posterior. Sin embargo, esa contención no implica la ausencia de emociones intensas. Todo su metraje está jalonado por conceptos tan sólidos como la responsabilidad y sentimientos tan fuertes como el amor de un hijo hacia su padre. Ozu propone una batalla entre los intereses sociales y los personales, la tradición frente al corazón, al igual que aprovecha para reflexionar sobre la marca indeleble que el pasado puede dejar en una persona.
Parece como si el hecho que desencadena la progresiva separación entre padre e hijo, amparada en un bien común que el segundo no comparte, impusiera al protagonista la penitencia de no disfrutar su ansiada relación paternofilial. Al contrario de lo que sucede en el clásico Historias de Tokio, en Había un padre es el hijo quien sufre el distanciamiento injustificado impuesto por el padre. No hay inocentes y culpables según la pertenencia a una determinada generación, sino en función de la naturaleza de las decisiones tomadas. En ocasiones, el corsé de la tradición es contrario a la felicidad.
Carlos Fernández Castro