Gritos y Susurros (Viskningar och rop) (1972)
Nota: 9
Dirección: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
Reparto: Harriet Andersson, Liv Ullman, Ingrid Thulin, Erland Josephson, Kari Sylwan,
Fotografía: Sven Nykvist
Duración: 91 Min.
Definitivamente, el cine de Ingmar Bergman es sólo apto para mentes masoquistas y amantes de la intensidad dramática. Sus películas nunca serán descritas con adjetivos moderados, tales como agradable o entretenida, sino que se asemejan a ese trago de whisky añejo que duele a su paso por la garganta y, al mismo tiempo, acaricia el paladar. ‘Gritos y Susurros’ es un claro ejemplo del peaje que se ha de pagar para disfrutar un film del cineasta sueco.
No hay película de Tarantino, Peckimpah, o Kim Ji-woon que contenga tanta violencia como esta historia de tres hermanas que, tras un largo periodo de tiempo, se reúnen en la antigua mansión familiar a causa de la grave enfermedad de una de ellas. Seis personajes y a penas un par de localizaciones para construir una narración que escapa magistralmente de la teatralidad y se erige en un permanente nudo en el estómago del espectador.
En esta ocasión, Bergman profundiza en el interior de sus personajes, prescindiendo de elementos naturales. La acción se desarrolla íntegramente en interiores, en los que el diseño de producción juega un papel determinante. Todo se tiñe de rojo en ‘Gritos y Susurros’, pues rojo era el color con el que el director asociaba los recovecos del alma humana. Algunas paredes son rojas y sus suelos también; los fundidos, habitualmente de luto, se tiñen del color de la sangre, para reflejar la intensidad de los recuerdos de Agnes, Maria, y Karin; roja es la sangre que representa la insalvable distancia y la patética incomunicación entre Karin y Maria y sus respectivos esposos; rojo es el color del pasado que acecha a las tres hermanas e impide una reconciliación sincera; rojo es el color de la tormenta que espera pacientemente la muerte de Agnes.
Una vez más, Bergman juega la baza de las apariencias. Los exquisitos modales y la elegante estética de la vivienda familiar, contrastan con los gritos ensordecedores que provoca la enfermedad de Agnes: un oasis de espontaneidad en un desierto de compostura. Asimismo, las buenas formas ocultan las miserias matrimoniales de Maria, que reclama vehementemente la atención de su marido en una de las secuencias más impactantes del film, y Karin, que se deja llevar por sus instintos más primarios, sin importarle los perjuicios que esto pueda acarrear en su vida conyugal.
Casi todo es falso, hipócrita y desasosegante en ‘Gritos y Susurros’. Encontramos el único reducto de bondad en Anna, la criada que cuida bondadosamente de Agnes y conoce la verdadera naturaleza de sus dos hermanas. Maria y Karin se comportan con la diligencia debida, pero detrás de esa normalidad esconden secretos que serán desvelados a medida que transcurra el metraje. Ambas son víctimas de sus propias miserias y esclavas de su enorme egoísmo, hasta el punto de protagonizar una de las secuencias más violentas del film, en la que por primera vez ponen las cartas sobre la mesa. Comprendemos en ese momento, que detrás de las falsas poses de dignidad, de los vestidos impolutos, de los bellos rostros coronados por peinados perfectos, sólo hay tristeza, insatisfacción, y odio.
La batuta del director sueco controla cada pasaje del film y marca el tempo necesario para transmitir desasosiego y ansiedad. Tampoco escapan de su control las portentosas interpretaciones del terceto protagonista. A pesar de la exigencia de sus personajes, la fría Thulin, la mezquina Ullman, y la sufrida Andersson ejecutan a la perfección las instrucciones del siempre perfeccionista Bergman, incluso cuando la cámara de Sven Niqvist impone movimientos precisos que harían perder la naturalidad a cualquier otra actriz. Director y fotógrafo orquestan una puesta en escena milimétricamente calculada, que no renuncia a los siempre difíciles zoom o a las coreografías de primeros planos.
Las paredes se estrechan y los sentimientos aguantan la presión. Hasta qué llega el momento en que el rencor vence a la hipocresía. Y mientras tanto el tiempo transcurre, tal y como señalan los relojes que acaparan los primeros planos del film, y Bergman nos recuerda que más allá de esas paredes rojas, el sol se abre camino entre las sombras del amanecer y la vida se tiñe de verde a la espera de encontrar abiertas las puertas de nuestra mansión.
Carlos Fernández Castro