Gracias a Dios (Grâce à Dieu, 2019): crítica desde la Berlinale 2019
Nota: 6
Dirección: François Ozon
Guión: François Ozon
Reparto: Melvil Poupaud, Denis Menochet, Swann Artaud, Eric Caravana, François Marthouret, Bernard Verley, Josiane Balasko
Fotografía: Manuel Dacosse
Duración: 137 Min.
Hay un momento de Grâce a Dieu en el que todo se esclarece, el film entero cobra sentido, y obtiene un punto de apoyo. Es justo antes del reencuentro entre el padre Preynat (Bernard Verley), acusado de haber abusado de infinidad de chicos, y Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud), una de las víctimas. De todas las que se nos muestran de cerca (un total de cuatro) aquella cuya herida es más evidente, más profunda. El momento en cuestión es cosa de un segundo: en una comisaría de policía, y presidiendo el lugar en el que han de reencontrarse víctima y verdugo, se ve el cartel de la película Spotlight (Thomas McCarthy, 2015). Un detalle mínimo en apariencia, un instante. Pero tan explícito, tan evidente, que no puede menos que convertirse en una cuestión moral. Como muy tarde llegados a este punto, se hace evidente la inseguridad de Ozon a la hora de contar una historia que le viene grande, que no sabe muy bien por dónde coger. No es que no nos hubiera avisado ya: en concreto a través a Thomassin, con sus ataques epilépticos y su violencia doméstica, con su exhibicionismo naíf y su apego a la madre. En Thomassin, el último de los damnificados descritos, Ozon fracasa por un malogrado exceso de empatía, resquebrajándose definitivamente el muro de contención emocional y diferenciándose en eso de su admirada Spotlight, que dejaba mucho más aire al espectador para experimentar todo un abanico de emociones: rabia, dolor, indignación, repugnancia. Ozon acaba por intentar imponerlas, deviniendo la cinta emocionalmente indefendible en algunos momentos. Y perdiendo por ello una gran parte de la fuerza que hubiera podido tener.
No obstante todo, se le debe reconocer al francés cuanto menos el intento de hacer una película tan respetuosa y en cierto modo elegante como Spotlight, viendo esta vez el horrible prisma del abuso desde el lado de los abusados. Si algo resulta evidente de su guion desigualmente trabado es que no todos ellos digieren por igual lo sufrido: para algunos (el cirujano) es cosa del pasado; otros (ambos padres de familia) aprendieron a llevarlo con el cariño y la ayuda de sus cónyuges; y están quienes, como Thomassin, se pasan la vida a vueltas con una cicatriz que no acaba de cerrar. Otro acierto es el de mostrar (en ocasiones hasta lo grotesco), la desorientación y, se podría decir, la ingenuidad cándida y peligrosísima tanto del abusador Preynat como de su amigo y presunto encubridor el cardenal Barbarin (quien, como nos recuerdan los títulos finales, está siendo juzgado en estos momentos por los hechos descritos). Ambos, así como la psicóloga encargada de atender a las víctimas, se encuentran en la encrucijada entre la barbaridad de lo sucedido, la impotencia e incredulidad ante el mal propio o ajeno y la compulsión por salvar el nombre de una institución que aparentemente poco o nada tiene que ver con el seguimiento de un Cristo omnipresente en los labios y en las paredes, pero ausente de las vidas y las acciones. Nada que no hubiéramos visto ya en El Club (Pablo Larraín, 2015) pero contado aquí de un modo evidentemente menos crudo… y más forzado.
Por lo demás, poco nuevo bajo el sol. Ozon filma la historia del único modo que es posible, con la salvedad de los excesos descritos anteriormente: con formas austeras, contenidas, evitando el exabrupto pero no el habitual primer plano de los rostros de las víctimas, con las que de modo obsesivo nos quiere hacer empatizar. ¿Era necesaria una película como Grâce à Dieu? A juzgar por el momento en el que nos encontramos, con el encuentro (singular en la historia de la Iglesia) de los mandamases de los obispos mundiales para debatir y dar alguna salida al tema de los abusos sexuales, de poder y de conciencia, la cinta llega justo a tiempo. La primera beneficiaria será la propia Iglesia, que necesita separar el trigo de la cizaña, y que salga toda la pus acumulada en torno a una estructura de poder que contradice su propio objetivo. Pese a sus torpezas, el film parece buscar la verdad de lo ocurrido de modo sincero y recto. Y eso la salva: la verdad os hará libres (Jn 8,32).
Rubén de la Prida Caballero