Gloria Mundi (2019)
Dirección: Robert Guédiguian Guion: Robert Guédiguian, Serge Valletti Reparto: Gerard Meylan, Robinson Stévenin, Anaïs Demoustier, Jean-Pierre Darroussin, Ariane Ascaride Fotografía: Pierre Milon Duración: 107′
Desde hace unos cuantos años, ante cada nueva película de Robert Guédiguian no me pregunto qué historia cuenta sino cómo se siente este cineasta ante el mundo, siempre cruel e injusto en sus desigualdades económicas, marginación social, clasismo y racismo hacia los extranjeros, etc. A ello contribuye que Guédiguian vuelve a mostrarnos a los mismos actores en roles muy parecidos: su esposa en la vida real Ariane Ascaride aparece desde su primer largometraje, Último verano (1981), lo mismo que Gérard Meylan; y Jean-Pierre Darroussin un poco después, en 1986, en Ki lo sa? Los personajes principales de esta última película se volvían a reunir, con treinta años más a sus espaldas, en la excelente La casa junto al mar (2017).
Esta continuidad en los actores, fundidos con sus personajes, exige escribir historias que muestran la evolución de las personas, con intereses, energías, relaciones, gustos, inteligencia… que no son los mismos con treinta que con cincuenta o setenta años. Esto no sucede con los otros directores europeos de fuerte compromiso y sensibilidad social con quienes tanto comparte el marsellés, Ken Loach y Jean-Pierre y Luc Dardenne, por más que coincidan en sus análisis de las desigualdades y su crítica a la sociedad capitalista. Quiero decir que el espectador del cine de Guédiguian tiene la suerte de comprobar cómo, con los años, no sólo cambia el mundo, sino también nuestra propia mirada (en realidad, cómo cambiamos nosotros).
Antes del título aparece “Sic transit” con lo que se completa la célebre frase sobre las decepciones que la vida nos depara, incluso cuando nos asombramos con figuras excepcionales o celebramos momentos de felicidad. Pero esa “gloria del mundo”, esa dicha —“cielo” en el imaginario cristiano— que inunda todos los rincones de la realidad que viven los personajes y es capaz de constituirse en centro de un mundo es un bebé llamado Gloria, cuyo nacimiento se muestra en los primeros planos de esta historia. Este bebé está en un segundo plano todo el tiempo y, en varios momentos, es factor determinante en los conflictos planteados. Obviamente no hace nada ni resulta problemática: sólo que hay que cuidarla. Diríase que el abuelo Guédiguian (66 años), desarmado por la ternura que le han suscitado sus nietos, plantea en esta historia que lo más gratificante de la vida, por lo que merece la pena luchar, es un bebé: ahí está nada menos que la Gloria del mundo.
El nacimiento de Gloria sirve, en primer lugar, para que Sylvie, alentada por su actual marido (Richard), busque la reconciliación de su hija Mathilda con su padre, Daniel, que cumple condena en un penal de Nantes. A duras penas lo acepta Mathilda, que no ha tenido relación con su padre biológico; además, malvive con un trabajo precario y su marido Nicolas, conductor de Uber, sufre una paliza a manos de unos taxistas. Sylvie y Richard tienen otra hija, Aurore, que con su novio detenta negocios poco limpios y dilapidan bastante dinero en cocaína.
Como siempre en Guédiguian, las relaciones familiares sufren o gozan un contexto social siempre agresivo, donde sobrevivir es ya una tarea titánica. Aquí se habla de la cárcel por ser generoso con un amigo; de una trabajadora de la limpieza que ni siquiera puede ir a la huelga, porque le queda poco para jubilarse; de la explotación laboral de los jóvenes; de los nuevos empleos cuestionados (Uber); de los talleres semiclandestinos con empleados sin nómina; de los negocios de compraventa que abusan de las urgencias de la gente pobre… En fin, de un panorama que todo espectador conoce sobradamente, a poco que se pasee por las barriadas de cualquier ciudad.
El director no hace un panfleto, pues le interesa mostrar los dilemas morales y las actitudes de los personajes, su respuesta ante los retos que la vida depara. Y esto lo hace con maestría. Cine sólido, convencido, sensible ante los seres humanos.
José Luis Sánchez Noriega