Glass (Cristal) (2019)
Nota: 8
Dirección: M. Night Shyamalan
Guión: M. Night Shyamalan
Reparto: Bruce Willis, Samuel L. Jackson, James McAvoy, Sarah paulson, Anna Taylor Joy, Spencer Treat Clark
Fotografia: Mike Gioulakis
Duración: 129 Min.
Sin siquiera saberlo, cualquiera de nosotros podría esconder un superhéroe en su interior, a la espera de ser descubierto por Mr. Glass mediante métodos un tanto cuestionables. En El protegido (Unbreakable, 2000), David Dunn descubría su propósito en la vida, así como una serie de facultades que podríamos denominar extraordinarias, gracias a una catastrofe diseñada por el hombre de cristal. Y todo para demostrar la validez de una teoría: los superhéroes existen, tan solo hace falta provocar una situación extrema para invocarlos. De repente pasas de ser un marido inmerso en tu crisis matrimonial a convertirte en el justiciero del impermeable, capaz de detectar el delito con tan solo tocar a su autor.
Como si sde una prolongación del director en la gran pantalla se tratara, Mr. Glass orquesta el encuentro e inevitable enfrentamiento entre el detector de criminales y el secuestrador de adolescentes, el hombre irrompible y el de las múltiples personalidades, el bien y el mal. Pero si el bien y el mal están representados por Willis y McAvoy, ¿en qué lugar deja esto al personaje interpretado por Samuel L. Jackson? De una manera magistral, Shyamalan propone una gama de grises y cincela el discurso del díptico anterior (fundamentalmente el de El protegido), imprimiendole una complejidad superior y rematando una metáfora que reflexiona sobre el poder en la sombra, los maestros de marionetas, los guionistas de nuestro destino como sociedad.
Entre otras cuestiones, el director de El sexto sentido propone diferentes encarnaciones del mal: el que encuentra sus causas en ciertas anomalías psicológicas (de origen involuntario), el provocado por la irresponsabilidad de quien busca su propia satisfacción (egoísta) y el que busca el sometimiento del resto mediante la implantación del imperio de la mediocridad (puro y absoluto). Porque precisamente en Glass, Shyamalan no solo conecta a los personajes de sus películas anteriores, sino que además introduce un nuevo factor en la ecuación: una organización que pretende aislarlos de la sociedad con la excusa de diagnosticarlos como enfermos mentales con delirios de grandeza.
La propuesta del americano plantea una interesante metáfora que funciona a diversos niveles. A nivel social, expone cómo los poderes fácticos intentan acabar con cualquier individuo que destaque por encima del resto, convenciéndole de ser uno más y anulando lo que le convierte en especial. Al mismo tiempo, reincide en la idea de la marginación al diferente. Por último, Shyamalan arremete contra la industria cinematográfica y se reivindica como un director que no solo reclama su creatividad frente a las imposiciones de los grandes estudios, sino que se desmarca de la ola de adaptaciones del comic. Bajo el disfraz de una edición limitada, construye un universo propio que se erige en el inicio de una nueva mitología cinematográfica.
Es posible que Sara Paulson no acabe de funcionar como líder de esa perversa organización que encierra a nuestros héroes y villanos en un psiquiátrico. Tal vez Samuel L. Jackson haya perdido el equilibrio en su interpretación de hombre de cristal. Y probablemente Glass funcione mejor en sus pasajes intimistas que en las secuencias de acción (aunque no dejen de ser interesantes debido a su diseño terrenal y su renuncia al tono épico que caracteriza al género). Pero a pesar de sus defectos, este cierre de trilogía funciona. Porque tiene alma. Porque de sus imágenes supura la pasión de un director que ama a sus personajes. Porque nos enseña que las diferentes gradaciones de gris son siempre más interesantes y creíbles que el blanco más luminoso y el negro más oscuro.
Carlos Fernández Castro