Fragmentos de una mujer (Pieces of a woman, 2020): visibilizando el duelo perinatal
La primera media hora de Fragmentos de una mujer representa un claro ejemplo de cuándo es procedente el empleo del plano secuencia en cine sin caer en el exhibicionismo gratuito. Aunque solo fuera por esos treinta minutos, la película valdría la pena. Sin embargo, Kornel Mundruczo, en su debut fuera de Hungría, confecciona este demoledor punto de partida como cimiento necesario para la edificación del drama que sigue a continuación. Esto no quiere decir que estemos ante una película perfecta, ni mucho menos, pero sí ante una más que estimable incursión en el terreno movedizo del duelo perinatal.
Fragmentos de una mujer exhibe unas constantes vitales de gran intensidad, probablemente debido a la involucración emocional del director y su mujer, guionista del film, con la historia narrada. Del mismo modo afecta a la sensacional interpretación de Vanessa Kirby, que interpreta a una mujer enfrentada a la aceptación de unos hechos tan dolorosos y difíciles de superar como la perdida de una hija a los pocos minutos de su nacimiento.
Sin embargo, la jugada no es del todo redonda, al menos no tanto como se intuye que podría haber sido. A pesar de la autenticidad del material de partida, la guionista introduce elementos dramáticos que, tal vez, intentan ampliar el target comercial del film. Lástima que un tema tabú tan necesitado de ser expuesto frente a las narices de nuestra sociedad sea percibido como poco atractivo y necesitado de un cierto aderezo argumental. Como consecuencia de ello, se recurre a metáforas fuera de lugar, a escenas de sexo que perjudican la credibilidad del conjunto y a la demonización de un marido que, al fin y al cabo, es una víctima más de la misma tragedia. El diferente enfoque de sus perspectivas o el desgaste emocional derivado de la situación hubieran bastado para construir el conflicto dramático del film pero, según parece, se antojan como emociones demasiado flojas para una sociedad ávida de carnaza.
Afortunadamente, todas estas concesiones no traicionan la parte más importante del desenlace, la que hace referencia al duelo de su protagonista. Una resolución ajena a las tendencias actuales y que busca la solución en el origen del problema, no en la tirita emocional que tan bien luce de cara a la galería. Se trata de una propuesta imperfecta y mejorable, un poco como tú y como yo, pero de gran impacto emocional y deseosa de sembrar la polémica en toda mente que la quiera pensar. ¿Acaso no merece la pena, aunque solo sea por esa razón? ç
Para los que respondan con un no, es posible que valoren su estilo cinematográfico, ya apreciable en la notable White God del mismo director, acreedor de un uso admirable de la puesta en escena. Y no solo del plano secuencia, como alabamos al principio de este texto, sino de la tensión del encuadre y del recurso al fuera de campo como medio para fortalecer, aún más si cabe, el contenido visual del plano y a la visibilización de ese dolor que a menudo queda más allá de las fronteras del interés social.
Carlos Fernández Castro