Fitzcarraldo (1982)
Nota: 8
Dirección: Werner Herzog
Guión: Werner Herzog
Reparto: Klaus Kinski, Claudia Cardinale, Paul Hittscher
Fotografía: Thomas Mauch
Duración: 157 Min.
Generalmente, el cine marca una clara línea que separa la realidad de la ficción. Lo relevante para el público es lo que ocurre ante la cámara. Sólo unos pocos obsesos nos interesamos por lo que ocurre detrás. Pero en el caso de Fitzcarraldo la línea se difumina. Lo transcendente tiene lugar a ambos lados. La épica real supera la ficticia.
La película nos narra el fracaso triunfal de un visionario, Brian Sweenie “Fitzcarraldo” (Klaus Kinski), dispuesto a todo por un hermoso capricho: construir un palacio de ópera en el alto Amazonas, y que Carusso venga a cantar en él. Fitzcarraldo no es un tipo cualquiera. Los niños de Iquitos le adoran y le consideran un mago, porque fabrica una sustancia mágica: hielo. Los acaudalados barones del caucho, en cambio, le tratan con condescendencia e incluso se burlan abiertamente de sus fracasos – Se ha arruinado intentando construir un ferrocarril a través de los Andes. Le llaman “El conquistador de lo inútil”.
Sin duda, el excéntrico ingeniero no parece capacitado para financiar su sueño, pero maquina un estrafalario plan para conseguir el dinero. Consiste en explotar el caucho de una región inalcanzable más allá de los rápidos del Uyacali. La aventura implica remontar el Pachitea, controlado por indígenas reductores de cabezas, y remolcar su barco, un vapor de 300 toneladas, montaña arriba para pasarlo al Uyacali a través de la jungla. Lógicamente, la tripulación le abandona en cuanto descubre el objetivo suicida de la expedición. Sólo le siguen en su odisea Orinoco Paul- el curtido capitán del barco-, Cholo, el corpulento mecánico, y Huerequeque, el cocinero borracho y mujeriego.
Los indios les salen al paso y todo apunta a que convertirán sus cabezas en trofeos autóctonos, pero inesperadamente se vuelven amistosos y les ayudan en su desquiciada empresa. El barco es remolcado colina arriba gracias a un colosal esfuerzo de ingenio y vigor. Lo alucinante es que Herzog llevó a cabo esta proeza paso por paso. Lejos de utilizar maquetas o algún efecto, reclutó a varios centenares de indígenas y lo que vemos en pantalla es más o menos lo que ocurrió en realidad.
Por si fuera poco Herzog sostuvo un duelo psicológico en la jungla con Kinski, que en uno de los rodajes más extremos de la historia se convirtió en otra fuerza de la naturaleza a la que vencer. La situación llegó al grotesco punto en el que el líder de los indígenas ofreció a Herzog matar a Kinski y hacer desaparecer el cadáver. En el documental “Mi enemigo íntimo” el director germano narra cómo rehusó porque “Necesitaba a Kinski para terminar la película”
Finalmente, tras haber conseguido lo imposible, todo se malogra cuando el jefe de los nativos corta las amarras mientras los protagonistas duermen a bordo y el barco fuera de control se precipita por los rápidos haciendo imposible el regreso rio arriba. Vuelven a Iquitos sin caucho y sin dinero, pero Fitzcarraldo no se da por vencido y de algún modo consigue salirse con la suya.
El film, como ocurre con mucho del cine de Herzog, dista de ser perfecto. Un escrutinio no muy minucioso revela debilidades en el guion y la fotografía. El montaje agradecería un uso generoso de la tijera en ciertas escenas. No obstante, «Fitzcarraldo» es una obra de arte desde el momento en que su factura trasciende el límite entre ficción y realidad.
El verdadero tema de la película es no solo el desafío del hombre a la naturaleza, incesante esfuerzo de unos pocos genios visionarios que han hecho de un débil primate el amo y señor de la creación. Hay algo más allá de lo simplemente pragmático en el impulso de nuestro héroe. Los caminos simbolizan el destino. Los ríos son los caminos más antiguos del mundo, y además fluyen siempre en la misma dirección, como el tiempo. Burlar las leyes de la naturaleza da a Fitzcarraldo la talla de Dios. Los indios comprenden esto, y cuando ven lo que han hecho temen la represalia divina y devuelven a Fitzcarraldo a su punto de partida.
El viaje de Fitzcarraldo y sus secuaces es comparable a la construcción de las grandes maravillas de la humanidad. ¿Erigieron las pirámides los hombres antiguos porque pensaron que les servirían para elevarse al plano divino? ¿ O acaso todo empezó por el capricho de un hombre atrevido y poderoso? Al final Herzog y Fitzcarraldo dejan su legado, que al igual que las pirámides, vivirá miles de años; no en monumentales piedras, sino en las pantallas de cine.
Martín López