First Man (El primer hombre) (2018): la conquista del corazón humano
Nota: 7
Dirección: Damien Chazelle
Guión: Nicole Perlman, Josh Singer (Libro: James R. Hansen)
Reparto: Ryan Gosling, Jason Clarke, Claire Foy, Kyle Chandler, Corey Stoll, Patrick Fugit, Lukas Haas, Pablo Schreiber, Brian d’Arcy James, Ciarán Hinds
Fotografía: Linus Sandgren
Duración: 133 Min.
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? Mt 16,26.
¿Para qué sirve ir a la luna? Si se le pregunta al excéntrico magnate Elon Musk, que quiere comenzar a organizar el tráfico selénico, no se hará esperar la respuesta capitalista: viajar a la luna se convertirá, presumiblemente dentro de poco, en un negocio más, en turismo de lujo. Si se enfoca la pregunta con un poco más de profundidad temporal (abarcando aquellos tiempos algo más poéticos que los presentes), basta mirar la obra de Julio Verne, Georges Mèliès o Hergé, para darse cuenta de que la aspiración de llegar al satélite terrestre ha expresado desde siempre un sueño bien concreto de progreso prometeico, de supremacía técnica. Así lo vieron también los EE. UU. Y la U.R.R.S., que se enzarzaron en los años sesenta en una tensa guerra fría, cuya vertiente aparentemente más pacífica fue la conquista del espacio.
Como ya hiciera en La La Land (2016), Damien Chazelle muestra una inequívoca pulsión nostálgica por los tiempos pasados, que no necesariamente fueron mejores. El realizador norteamericano hace en su nueva cinta uso de diversos registros (desde el grano de la imagen hasta los colores apagados, pasando por el impecable esfuerzo en vestuario y atrezo) para generar una estética sesentera que sumerge al espectador en los años álgidos de la carrera espacial. Lejos de hacer de su obra un elemento propagandístico del trumpiano “America First”, Chazelle decide mostrar (desde la perspectiva estadounidense, eso sí) el lado menos amable de un pulso tecnológico movido por el poder. que se llevó por delante la vida de algunos norteamericanos, la ilusión de muchos, el dinero de todos – y no escatima recursos para reproducir la tensión inherente a aquellos días.
Con este escenario de fondo, un creíble Ryan Gosling se sitúa desde el comienzo en el primer plano narrativo, encarnando la figura agridulce del legendario Neil Armstrong. Sirve de sustrato a la historia la biografía del astronauta a cargo de James R. Hansen, que se centra en el aspecto más humano de aquel primer hombre en pisar el polvo lunar: en la enfermedad y muerte de una de sus hijas, en su ambivalencia como padre y cónyuge, en su admirable tenacidad, y también en su cobardía emocional.
Durante la mayor parte de su metraje, la película discurre correcta, impecable técnicamente, pero sin grandes novedades. De hecho, Chazelle podría haber decidido cerrar el film con la imagen de Neil Armstrong contemplando la tierra, dejando tras de sí una cinta tan agradable como previsible. Pero, justo en ese momento, el joven director decide estirar la narración un cuarto de hora más. Y es ahí donde se produce el milagro, y First Man se convierte en una película a tener en cuenta. Son los minutos en los que se desvela para qué sirve ir a la luna, en los que, con una delicada poesía, se roza el misterio del deseo insondable del corazón humano – que no se agota con la consecución de grandes proezas, ni siquiera con la conquista de otros mundos. Un epílogo memorable en el que se ofrece, junto con una salida afectiva a toda la tensión acumulada, una nueva clave de lectura de la película, que invita a verla de nuevo, con otros ojos: los del Armstrong que volvió no solo a la tierra tras conquistar la luna, sino también a su propia vida, tras conquistarse a sí mismo.
Rubén de la Prida Caballero