Enter the Void (2009)
NOTA: 7,5
Dirección: Gaspar Noé
Guión: Gaspar Noé
Reparto: Nathaniel Brown, Paz de la Huerta, Emily Alin Lind, Cyiril Roy, Jesse Kuhn, Masato Tanno
Fotografía: Benoît Debie
Duración: 155 Min.
“Enter the Void” representa en la corta filmografía de Gaspar Noé una constante que se repite en la carrera de otros muchos directores; ese proyecto, esa idea sin fecha que tienen desde hace tiempo en mente y desean convertir en película antes o después. Lo que significó “Gangs of New York” para Scorsese, por poner un ejemplo conocido. Noé, finalmente, también pudo trasladar en imágenes esos pensamientos que llevaban varios años gestándose en su turbulenta cabeza. El director argentino se zambulle en “Enter the Void” en un fascinante y arriesgado viaje que pone a prueba – una vez más- la capacidad de asimilación del espectador.
La película es una travesía que se va sosteniendo alrededor de la historia de dos hermanos, Oscar y Linda, que viven juntos en Tokio. Cada uno se gana la vida de una manera. Linda trabaja como bailarina de striptease, mientras que Oscar hace dinero a través de la venta de drogas. Un día, Oscar y su amigo Álex van a realizar una “entrega” que resulta ser una trampa: Oscar muere disparado por la policía en el baño de un local llamado “The Void”. En ese momento, el alma abandona su cuerpo y comienza a transitar por su pasado y el futuro de sus allegados.
En su tercera película, el director posmoderno indaga, una vez más, sobre temas y problemáticas vitales. ¿Qué ocurre después de la muerte? ¿Qué significado tiene su presencia en nuestras vidas? El director acepta el reto de intentar contestar a estas preguntas. A través de teorías budistas y sus vivencias con las drogas, construye un escenario donde los personajes se ven trastocados por la muerte de diversas maneras y en distintos momentos. El alma de Oscar, mientras vaga por las calles de Tokio, busca un significado a todo lo que ha vivido. Su infancia, sus relaciones y sus acciones le proporcionarán una posible revelación.
Noé altera el marco argumental y la estructura narrativa en busca de la experiencia sensorial que supone crear–usando sus palabras- un “melodrama psicodélico”. Una exploración alucinógena que permite al director dar un paso más en el aspecto visual. Si lo comparamos con sus anteriores trabajos, se usa la cámara para alcanzar otros objetivos. Un ejemplo puede ser la utilización de los planos aéreos, muy parecidos a los que vemos en “Irreversible” (2002). En este caso, estos planos no son solo adoptados como un recurso para remover la conciencia del espectador, sino como una “mirada” concreta -el espíritu de Oscar- que sobrevuela el mundo de los vivos. Esta es una de las claves de la película: la manera de servirse de perspectivas diferentes (planos subjetivos, semisubjetivos) que terminan por construir una realidad poliédrica, pero individual. La percepción de la misma va cambiando a través de una conciencia y unos ojos que van aprendiendo a medida que pasan los minutos.
Dentro del impresionante trabajo técnico, tampoco me quiero olvidar de la importante función que cumple la ciudad de Tokio como elemento de sugestión. Sus modernas y sombrías avenidas componen un festival cromático y fotográfico (gran trabajo de Benoît Debie) que ayuda a oprimir y a alienar a los protagonistas en los caminos que van tomando.
Si estamos viajando a través de los ojos y el alma de Oscar, la forma y el contenido deben ir de la mano; tienen ser lo mismo para que la experiencia cinematográfica sea completa. La obsesión de Noé por hacer sentir con las imágenes, de golpearnos con su ‘efecto-cine’, en ocasiones le hace olvidar que también tiene que encontrar la empatía a través de su historia y sus personajes. Hablamos de una película de 2 horas y cuarenta y cinco minutos; es imprescindible involucrar al espectador, y en ciertas fases parece que Gaspar desatiende este aspecto. Uno de los problemas del responsable de “Solo contra todos” es que, a veces, su manera de ser director (técnica/forma) limita su capacidad como autor (temática/contenido), dando una sensación de artificialidad que puede resultar molesta.
Al margen de su interpretable final, ¿Noé responde a esas preguntas existenciales que planteaba al principio? Aunque seguramente sí- a su manera- , yo diría que, en el fondo, lo importante no es que se nos ofrezca una respuesta. Lo fundamental es que, en su osada búsqueda, consigue hacerte pensar sobre ello para que luego puedas sacar tus propias conclusiones.
Más allá de sus posible preguntas y encrucijadas, «Enter the Void» es un laberinto desconcertante y lleno de trampas que vale la pena recorrer. La capacidad de Gaspar Noé para innovar y sacudirte, pese a sus desvaríos y fallos de guión, es suficiente para que te sientes cómodamente y pierdas casi tres horas de tu vida con esta película.
Arturo Tena