El viajante (Forushande) (2016)
Nota: 8,5
Dirección: Asghar Farhadi
Guión: Asghar Farhadi
Reparto: Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi, Mina Sadati
Fotografía: Hossein Jafarian
Duración: 125 Min.
Un gran número de espectadores acude a las salas de cine para vivir experiencias extraordinarias. Durante ciento veinte minutos, desaparece la rutina de su día a día y sus problemas quedan relegados a un segundo plano. Se trata de espectadores que habitualmente menosprecian el suspense de lo ordinario e ignoran la carga emocional de sucesos aparentemente vulgares y carentes de toda espectacularidad. Entre otros factores, podemos encontrar la clave de esta actitud en la insuficiente empatía de una sociedad que prefiere ignorar la triste realidad y rechaza cualquier tipo de análisis tendente al cambio.
En este sentido, Asghar Farhadi no pretende dogmatizar, pero sí incitar a la reflexión a partir de una situación tan poco glamourosa como una mudanza forzada o un suceso que jamás sería el motor argumental de un blockbuster al uso. Suena el telefonillo en la casa de la pareja protagonista y, pensado que se trata de su marido, Rana pulsa el interruptor y deja la puerta abierta para empezar a ducharse mientras Emad sube las escaleras. Sin embargo, en esos momentos Emad está en el supermercado haciendo la compra. Para evitar cualquier sensacionalismo, Farhadi emplea la elipsis y renuncia a mostrar el desarrollo de unos acontecimientos que dejan a Rana en el hospital.
Posponiendo el misterio en torno al auténtico detonante de la narración, la puesta en escena se decanta por el retrato psicológico de los personajes y es enfocada hacia las consecuencias del incidente y no tanto hacia el hecho en sí. Este último es hábilmente relegado al fuera de campo para jugar con la imaginación del espectador y ampliar el abanico de posibilidades dramáticas entre Rana y Emad a partir de sus diferentes percepciones del mismo suceso. Entre las circunstancias principales que influyen en el desarrollo argumental del film, el director escoge la posición que ocupa la mujer en la cultura iraní, tanto desde el punto de vista de Rana como desde el punto de vista de la sociedad en la que vive: ¿qué dirán de ella cuando sepan que dejó entrar a un extraño en su casa?
De esta manera, la posición de Emad oscila entre el respeto a la decisión de su mujer, que excluye la denuncia o la persecución del causante de todos sus problemas, y una sed de justicia que, descartada la intervención de la ley, habrá de saciar a través de una peligrosa lección moral. Sin que se perciban las costuras de un guión al alcance de unos pocos privilegiados, El viajante se permite el lujo de mudar de piel y rebasar la frontera del drama para serpentear en los dominios del suspense. Es entonces cuando Farhadi somete al espectador a una montaña rusa de emociones que reparte su impacto entre la incertidumbre y la ambigüedad ética de la situación.
Y como toda narración circular, el desenlace remite a los primeros compases del film en los que Farhadi, recurriendo a su habilidad para el plano secuencia, asimila el estado de un edificio en ruinas al de una relación que no parece descansar sobre unos cimientos tan sólidos como cabría esperar. Cada nueva decisión a la que deben enfrentarse es aprovechada por el guionista como un nuevo punto de fricción que eleva suavemente la intensidad del conflicto hasta alcanzar una resolución tan inevitable como apoteósica. Por el camino, el director evita el agotamiento emocional del patio de butacas mediante la distribución de varias vías de escape: ya sean los ensayos de la obra teatral (Muerte de un viajante) que Emad y Rana están a punto de estrenar y que funcionan como proyección parcial de su realidad, ya sean las fugaces notas de humor que alivian la tensión narrativa.
Rechazando cualquier atisbo de parcialidad, el guión consigue construir situaciones y personajes reales que exigen la identificación del espectador y le encarcelan en esa tierra de nadie que prohíbe la adscripción a un bando y la condena del opuesto. Una vez más, un gran cineasta nos enseña que vivir es sinónimo de tomar decisiones y que lo verdaderamente relevante no es acertar o equivocarse sino saber gestionar las consecuencias.
Carlos Fernández Castro