El reverendo (First Reformed, 2017)
Nota: 8,5
Dirección: Paul Schrader
Guión: Paul Schrader
Reparto: Ethan Hawke, Amanda Seyfried, Michael Gaston, Cedric the Entertainer, Victoria Hill, Philip Ettinger, Bill Hoag, Michael Metta
Fotografía: Alexander Dynan
Duración: 108 Min.
¿Es posible creer en Dios y no hacerlo en el deterioro del medio ambiente? Quien responda «sí» es un hipócrita. Porque en la segunda mitad de esta pregunta no estamos hablando de una cuestión de fe, sino de un hecho científicamente probado. Y es que el mero hecho de creer en Dios debería convertir a todo creyente en defensor a ultranza del binestar de la creación divina, entre la que se encuentra nuestra madre tierra. De esta manera, responder no a la primera pregunta supondría la asunción parcial e inmediata de una responsabilidad que muchos autoproclamados creyentes (que podrían hacer y no hacen, que no deberían hacer y hacen) eluden por ser contraria a sus intereses económicos (el empresario que financia la reforma de la iglesia, por ejemplo).
Curiosa asociación de ideas que no suelen cohabitar en un mismo discurso y que Paul Scharader emplea para despertar la atormentada conciencia de su protagonista: un reverendo que se resiste a perder la fe, a pesar de sus vivencias personales y de los conflictos que se desatan en su interior, un personaje al que le bastaría un pequeño empujon para convertirse en el San Manuel Bueno, mártir (1931) de Miguel de Unamuno. El reverendo Toller es una bomba activada que, por un defecto de fábrica, no acaba de estallar. A través de sus pensamientos en off y de las palabras escritas en su diario (igual que Willem Dafoe en Posibilidad de escape) descubrimos todo lo que se esconde detrás de un comportamiento ejemplar de cara al exterior. Por esa misma razón, los equilibrados planos del film, geométricamente encuadrados, austeros y reticentes a la saturación de colores, desprenden una tensión que jamas alcanzarían su imagen y sonido por separado.
Serenidad en las formas, revolución en el fondo. Un reflejo del personaje interpretado por Ethan Hawke (magnífica elección de casting), que tras haber perdido a su hijo en una guerra que él considera inmoral, es destinado a una iglesia meramente turística y muy poco concurrida por los feligreses del lugar. En resumidas cuentas, el entorno ideal para que una mente atormentada alimente sus demonios y se fustigue sin contaminar a los fieles; o tal vez debería decir «clientes». El reverendo nos devuelve al Schrader más inspirado, quizás porque vuelve a abordar los temas que mejor conoce. Cualquiera que haya leído Moteros tranquilos, toros salvajes (Peter Biskind, 1998) podrá imaginar al guionista fetiche del Scorsese de los 70 sentado frente a una mesa y debatiéndose entre la vida y la muerte, con su dedo índice deseando pulsar el gatillo de una pistola que apunta su sien, dudando dolorosamente de la existencia de Dios. Salvando las distancias (y las armas), una estampa no muy lejana a la del protagonista de este film.
Durante su estancia en este pequeño pueblo, Toller intenta ayudar al marido de una feligresa que ha perdido la ilusión de vivir y que, como activista medioambiental, se lamenta por la irresponsabilidad de un sistema dominado por la voluntad de las (contaminantes) multinacionales. A partir de este interesante mcguffin ecológico se reactiva la motivación del personaje principal. De este modo, la confluencia entre esta nueva cruzada y la ambigua interacción del reverendo con la mujer del activista, desatan en su interior una lucha entre el odio y el amor, mucho más sutil que la trama principal pero soterrada desde los primeros compases del film y confirmada por el empleo de la composición Leaning on the everlasting arms, que tambiém canturreaba el reverendo Mitchum (LOVE/HATE) en La noche del cazador.
A lo largo de los minutos asistimos a diálogos fascinantes sobre la naturaleza del ser humano, la fe, el medioambiente, la conveniencia de traer un bebé a este mundo en descomposición y la hipocresía de una sociedad moralmente corrupta, que son gestionados brillantemente por un director con las ideas muy claras y un talento innato para crear atmósferas incómodas. Schrader construye lentamente su verdadero discurso, que fluye por las cuencas de la impotencia, la soberbia y la penitencia para finalmente debatirse entre la desembocadura del sacrificio o del amor.
Carlos Fernández Castro