El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns, 2018)
Nota: 6
Dirección: Rob Marshall
Guión: David Magee (Libro: P.L. Travers)
Reparto: Emily Blunt, Lin-Manuel Miranda, Ben Whishaw, Emily Mortimer, Nathanael Saleh
Fotografía: Dion Beeve
Duración: 130 Min.
Segundas partes nunca fueron buenas, pero ¿qué hay de esas segundas partes que, en realidad, esconden un remake de sus originales? Hace ya unos años, Star Wars: El despertar de la fuerza confirmó que estos productos suelen convertirse en ejercicios frustrantes de creatividad. Sin embargo, en el caso de la Mary Poppins de Rob Marshall encontramos una excepción a la regla, aunque solo sea parcial. En esta ocasión el mérito es doble, al tratarse de un musical en la senda de los de antaño, que ha sido rodado en la época en la que el género no parece despertar el interés del gran público. Aunque la culpa no es tan solo del respetable.
El regreso de Mary Poppins atesora gran parte de las virtudes de su antecesora: unos números musicales bien coreografiados, unas canciones dispuestas a resonar en la mente del gran público, una secuencia de animación que introduce al espectador en un mundo imaginario del que no querrá salir y una actriz protagonista repleta de talento, carisma y encanto. El hechizo es inevitable, aunque tenga trampa. Tanto es así que la película parece diseñada para apelar a la nostalgia de un público adulto y, al mismo tiempo, para reclutar nuevos y jovenes adeptos a la causa de la niñera más famosa del séptimo arte.
Y quizás es en esta excesiva ambición y en la no asunción de riesgos, donde la película de Rob Marshall pierde sus posibilidades de igualar el estatus de su antecesora. A Disney le basta para salir airoso del reto, pero no para marcar un hito, aunque sea menor, en el cine infantil del SXXI. Falta esa capacidad de sorpresa que todo argumento basado en un «tiempo límite» debería tener. Y no me refiero a una pequeña dosis de incertidumbre, porque en una película como El regreso Mary Poppins el final feliz es una imposición, pero sí a un pequeño alarde de originalidad a la hora de desmarcarse la la estructura argumental y el diseño de personajes del clásico de los años 60.
A cambio de esta absoluta previsibilidad, la película de Marshall ofrece una atmósfera mágica, una puesta en escena que ofrece varios destellos de genialidad y un puñado de buenos valores que invocan al niño que todos llevamos dentro (más o menos dormido) a través de la inocencia y la imaginación de los que todavía viven en esa etapa de la vida en la que todo parecía ser posible, incluso lo imposible. El regreso de Mary Poppins llega en un momento en el que hemos dejado de creer: en la película era la Gran Depresión, en nuestra realidad es la crisis que lleva dominando gran parte del nuevo siglo. A falta de una tetera en cuyas ilustraciones perdernos, bien vale una película que nos haga soñar en un mundo ideal.
Carlos Fernández Castro