El Puente de los Espías (Bridge of Spies) (2015)
Nota: 8,5
Dirección: Steven Spielberg
Guión: Matt Charman, Joel Coen, Ethan Coen
Reparto: Tom Hanks, Mar Rylance, Amy Adams, Alan Alda, Scott Shepherd, Sebastian Koch, Billy Magnussen
Fotografía: Janusz Kaminski
Duración: 135 Min.
Un abogado americano se hace famoso al defender la causa de un espía soviético en los Estados Unidos durante la época de la guerra fría. En el metro, recibe miradas de recelo y desaprobación por parte de algunos pasajeros. Transcurrido un tiempo, ese mismo abogado acaba de volver de la República Democrática de Alemania tras haber cerrado una negociación por la que dos rehenes americanos han sido intercambiados por uno soviético. Mientras viaja en el autobús, una señora le reconoce y le mira con admiración. Tanto al facilitar una defensa legítima para un supuesto enemigo del estado, como al jugarse la vida desinteresadamente por un par de compatriotas, el letrado interpretado por Tom Hanks ha obrado conforme a unos sólidos principios morales, pero ha sido juzgado de maneras diametralmente opuestas por la opinión pública. ¿Qué quiere transmitir Steven Spielberg con este trabajo?
No olvidemos que la ética y la doble moral siempre han sido algunos de los temas predilectos del director americano: desde el científico de ‘Parque Jurásico’, que jugaba a ser Dios resucitando criaturas extinguidas hace millones de años, hasta la unidad pre-crimen de ‘Minority Report’, que detenía al criminal antes de haber cometido el delito. Siguiendo esta tónica, el aroma patriótico de ‘El Puente de los Espías’ contrasta con el hedor procedente de ciertas maniobras del gobierno americano, encaminadas al mantenimiento de la supremacía mundial y ajenas a conceptos como la dignidad y la integridad. Huelga decir que el guión de esta película plantea una serie de cuestiones poco habituales en el género: entre dos rehenes de tu bando, ¿sacrificarías al civil por evitar que el militar acabara desvelando secretos de estado?; ¿tiene el mismo derecho a un juicio justo un ciudadano de a pie que un extranjero acusado de espionaje?; si fueras su abogado ¿te emplearías a fondo para defenderle, incluso sabiendo que es culpable?
Teniendo en cuenta la presencia de un tercer guionista, es difícil dirimir la responsabilidad directa de Ethan y Joel Coen en la complejidad de las cuestiones formuladas anteriormente. Sin embargo, su estilo se aprecia con nitidez en el carisma arrollador de algunos personajes (el espía Rudolph Abel), en la ironía que rebosan muchos de sus diálogos, e incluso en los guiños de ciertos pasajes a su propia filmografía (el tratamiento de los sombreros recuerda inevitablemente a ‘Muerte entre las Flores’). El binomio director-guionistas funciona como el mejor de los matrimonios. Spielberg se siente cómodo con el desarrollo argumental y no encuentra obstáculos a la hora de imprimir el ritmo adecuado a la narración. Sus imágenes fluyen con la suavidad de quién filma un plano y sabe perfectamente cómo rodar el siguiente para convertir la sala de montaje en un mero trámite.
Desde el punto de vista estructural, ‘El Puente de los Espías’ desprende clasicismo por los cuatro costados. Parece hecha a la medida de las inquietudes del director. Tratándose de un film en el que el diálogo aglutina gran parte del protagonismo, tanto la secuencia inicial como la final parecen compensar la improcedencia de un cine visualmente más elaborado en el metraje restante y, dentro de la contención general, permiten el lucimiento del Spielberg más virtuoso. No obstante, la mano maestra del director es igualmente apreciable en la narración paralela de secuencias (el proceso judicial y el entrenamiento del piloto Francis Gary Powers) y en las numerosas escenas de negociación, que hacen gala de las dosis necesarias de tensión y dinamismo para mantener la atención del espectador en todo momento.
Asimismo, este último trabajo parece satisfacer el interés reciente del director por los dramas judiciales (Lincoln) y su tendencia tradicional a experimentar con todo tipo de géneros. Y en este último sentido, la película de espionaje que habita en la segunda mitad de ‘El Puente de los Espías’ contiene la atmósfera, los personajes, el desenlace, y los dilemas morales necesarios para convertirse en un auténtico hito de este tipo de cine. Desde el plano inicial, somos invitados a sumergirnos en un universo de confusión: Rudolph Abel se mira al espejo mientras remata las últimas pinceladas de un autorretrato, de manera que el espectador obtiene tres versiones del mismo personaje en la misma imagen. ¿Cómo te ves? ¿Cómo te ven? ¿Quién eres en realidad?
Nada es lo que parece en ‘El Puente de los Espías’. Los reflejos que encontramos a lo largo de su metraje delatan duplicidades en el sentido de los diálogos, en las relaciones entre sus personajes, y en sus personalidades. Y esto mismo podría extenderse al concepto de justicia que se expone en algunas de sus situaciones: públicamente, el gobierno americano facilita un abogado defensor al espía soviético para mostrar la excelente salud de su democracia, pero en la intimidad quiere asegurarse una condena ejemplar para el enemigo público número uno del momento. Como muestra, la secuencia en la que un cauteloso e indignado Tom Hanks es preguntado por un agente de la CIA acerca de su planteamiento de cara al proceso judicial: «¿tenemos algo de qué preocuparnos?».
Por esta misma razón, Spielberg filma con el mismo respeto al protagonista y al antagonista, mostrándoles como hombres íntegros que hacen frente a sus obligaciones con la diligencia debida y valoran las cualidades humanas por encima de todo. Para variar, en ‘El Puente de los Espías’ el hombre está por encima de los intereses del Estado, y así lo expresa el director a la hora de distinguir y tratar a los que él considera seres humanos y a los que muestra como marionetas carentes de sentimientos. Estamos ante un tablero de ajedrez en el que, como diría un angloparlante, somos peones en una partida perdida. Afortunadamente, en ocasiones, y solamente en ocasiones, bajo el disfraz de un peón se esconde un rey dispuesto a jugarse la vida por el resto de sus fichas. Y a veces, incluso sale victorioso.
Carlos Fernández Castro