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El mal no existe (Ryusuke Hamaguchi, 2023): ecología y punto de vista

No puede ser que a estas alturas «de la película» sigamos obsesionados con la narración clásica y despreciemos, casi por sistema, cualquier propuesta que se aleje de una supuesta normalidad. ¿O acaso nuestras vidas son un alarde del causa y efecto? Evidentemente, no, pero no por ello dejan de ser fascinantes las sensaciones que experimentamos, las diferentes maneras en las que cada uno de nosotros vivimos las mismas experiencias o las personas que nos rodean.

Porque el cine también es una cuestión de atmósfera y de personajes, aunque esto vaya en detrimento de la acción narrativa. Decía Ronald B. Tobías en su legendario 20 Máster Plots que en el cine podemos encontrar no más de veinte tramas argumentales que se repiten constantemente. Entonces ¿para qué ver más de veinte películas que representen cada uno de estos argumentos maestros?

Ya conocéis la respuesta. Al contrario que las tramas, las atmósferas, las maneras de contar y los personajes son casi infinitos y pueden aportar a la narración esa chispa o ese componente sorpresa que convierten una mera repetición en algo emocionante e inesperado. Y en ocasiones, como ocurre en el caso de El mal no existe, trascienden ese papel secundario para pasar al primer plano y relegar la acción a un rol accesorio durante algunas de sus escenas.

El último film de Ryusuke Hamaguchi contiene planos de una longitud inusual, como aquellos en los que tan solo apreciamos la silueta de la copa de los árboles sobre la inmensidad del cielo. En otros, observamos cómo dos de sus protagonistas rellenan bidones de agua sin que conozcamos el propósito de tan anodina acción. Más tarde, uno de ellos corta troncos de arboles en trozos más pequeños para alimentar el calor de una casita en medio de la naturaleza.

En esos momentos, el desconcierto asalta los pensamientos del espectador al que, sin ser consciente de ello, le han sido presentadas las principales claves de la narración en las primeras y enigmáticas imágenes del film. Todas ellas contribuyen a la construcción de unos personajes brillantemente delimitados por pinceladas impresionistas que adquieren todo su sentido a medida que nos distanciamos de ese inicio descrito en líneas superiores.

Pero no es lo único que diferencia la obra del director japonés de lo que solemos ver en la gran pantalla. Y no me refiero a su temática ecologista, que ya es atípica de por si, sino a la manera en la que Hamaguchi cambia el punto de vista de su narración, evitando el maniqueísmo de su propuesta al intentar encontrar un punto de encuentro entre el progreso y el ecologismo. Y aunque el director se posicione claramente a un lado en este conflicto tan actual, muestra empatía y respeto hacia algunos de los personajes que amenazan su paraíso terrenal y exige el mismo esfuerzo a unos enemigos que no acaban de entender lo que está en juego, tanto para sus contrincantes en particular como para el planeta en general. 

Carlos Fernández Castro

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