El joven Ahmed (Le Jeune Ahmed, 2019)
Dirección: Jean-Pierre y Luc Dardenne Guion: Jean-Pierre y Luc Dardenne Reparto: Idir Ben Addi, Olivier Bonnaud, Myriem Akheddiou, Victoria Bluck, Claire Bodson Fotografía: Benoît Dervaux Duración: 84′
Magnífico estudio del comportamiento humano que descifra alguna de las claves del fanatismo religioso sin perder en ningún momento el respeto a la creencias de su joven protagonista. Para mantener la atención del espectador, los hermanos Dardenne reparten numerosos puntos de tensión a lo largo del metraje, haciendo avanzar la narración con una habilidad propia de los mejores maestros del thriller.
Ahmed es el menor de una familia musulmana compuesta por tres hijos y una madre. A partir de la ausencia de la figura paterna, un imán capta la simpatía de los dos hermanos varones y fanatiza progresivamente al más joven. Frente a la educación recibida en casa, el protagonista no puede tocar a las mujeres, reza constantemente y asiste puntualmente a la mezquita para ser adoctrinado. En un momento dado, su conducta se radicaliza tanto que es recluido en un centro de menores para ser rehabilitado.
Jean-Pierre y Luc extraen tensión de situaciones cotidianas con tanta facilidad como de las situaciones más extremas. En uno de los momentos de su programa de rehabilitación, Ahmed pide permiso a su tutor para hacer un recorrido en tractor con la hija de los granjeros que acogen una de las actividades semanales del chico. El camino es largo y transcurrirá durante la hora exacta de una de sus oraciones del día. Ahmed plantea alternativas para poder cumplir sus dos voluntades, pero ante la incompatibilidad de ambas actividades, su tutor le obliga a elegir. Una vez concluida la situación, el espectador se sorprende con la mandíbula agarrotada y el aire contenido en sus pulmones. Pura magia que vuelve a repetirse en diálogos posteriores, en miradas que se debaten entre el querer y el deber y en situaciones domésticas que estallan sin previo aviso.
Ante la naturaleza tan sumamente delicada del tema abordado, los Dardenne adoptan una mirada harto respetuosa hacia el Islam y procuran no caer en la simplificación de los argumentos dogmáticos. Proponen comprensión en lugar de rechazo, pero también exponen la dificultad de erradicar el fundamentalismo arraigado, esa enfermedad que ataca a las mentes más débiles y necesitadas de un propósito en la vida. En la película se trabaja esta idea mediante la construcción de un personaje hermético e impermebealizado a las influencias más allá de los muros de la mezquita.
El hecho de escoger un menor de edad desprendido de la inocencia típica de su etapa vital, incrementa la sensación de vulnerabilidad en el espectador. No parece haber fisuras en su coraza de fanatismo: el cariño de una madre, la preocupación de los trabajadores sociales, el perdón de su profesora, la complicidad de un perro sin ideales religiosos que combatir… Y a pesar de todo, siempre hay algo que puede erosionar los muros más sólidos. El joven Ahmed se toma su tiempo para sembrar el conflicto interno en su protagonista. Sin embargo, los directores, fieles a su estilo, descartan el milagro y apuestan por la versatilidad de la naturaleza humana.
La película se centra en ese punto de inflexión que podría llevar a su joven protagonista a la rehabilitación o a los brazos del radicalismo islámico. Sin embargo, su clave radica en un diálogo en el colegio de Ahmed donde padres, alumnos y profesores discuten sobre la enseñanza de un árabe anclado en los códigos del Corán o un árabe adaptado a los tiempos modernos. A través de un plano largo y una cámara que visita los rostros de los diferentes interlocutores, somos testigos de las tensiones de una religión que se debate entre el proteccionismo más sectario y la integración en una sociedad multicultural.
Carlos Fernández Castro