El fotógrafo de Mauthausen (2018)
Nota: 6,5
Dirección: Mar Targarona
Guión: Roger Danès, Alfred Pérez Fargas
Reparto: Mario Casas, Alain Hernández, Frank Feys, Rubén Yuste
Fotografía: Aitor Mantxola
Duración: 100 Min.
En su tercer largometraje de cine, Mar Targarona (Barcelona, 1953) se vale de un guion ajeno que recoge la asombrosa historia del militante comunista Francesc Boix Campo, superviviente del campo de concentración de Mauthausen, de donde logró rescatar fotografías que testimoniaron la barbarie nazi y fueron decisivas para conocerla una vez terminada la Guerra Mundial. Boix trabajó como ayudante en el laboratorio del penal y, muy consciente del valor documental de las imágenes, hizo lo imposible para ocultarlas y conservarlas, jugándose la vida. Su heroicidad no ha pasado desapercibida y ha sido evocada en distintos formatos: el documental de Llorenç Soler Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno (2000) que incluye su testimonio en el juicio de Núremberg, la novela gráfica El fotógrafo de Mauthausen de Salva Rubio y Pedro J. Colombo, y dos libros de Benito Bermejo.
La película consigue poner en pie una historia bastante verosímil que logra superar la anécdota histórica mediante una dramatización consistente. No es una película redonda ni su propuesta aporta novedades al imaginario sobre los campos de concentración y el holocausto: a estas alturas ello resultaba ciertamente muy difícil. Prácticamente toda la historia transcurre dentro de Mauthausen y Boix aparece como un joven muy consciente de su situación, generoso con los compañeros, sensible hacia los más débiles (niño separado de su padre, española obligada a prostituirse) y arrojado para la tarea que muy pronto se convierte en una obsesión y otorga un sentido a su precaria e incierta vida: sacar del campo las fotografías que documentan las torturas y asesinatos a fin de darlas a conocer a todo el mundo.
Como se sabe, en este contexto y otros similares, las imágenes conllevan miradas que son actitudes morales: capturar realidades tan lacerantes como un cuerpo en la alambrada o un simulacro de ahorcamiento no se puede hacer sin la conmoción interior, sin una implicación emocional, sin la conmiseración que nos hace humanos al asistir al sufrimiento de otros humanos. Pero en esta historia se contraponen radicalmente las actitudes del jefe nazi y del joven Boix. En el nazi hay una especie de voyerismo sádico y morboso que objetualiza a los seres humanos convertidos en insectos por su mirada de entomólogo, como se evidencia con el enano; justamente la perspectiva opuesta a la del comunista español, que empatiza con cuanto dolor le rodea. Por tanto, las fotos revelan la criminalidad ontológica del nazismo al despojar de la condición humana a los presos.
No es una cinta novedosa y le faltan matices en la construcción de personajes; tampoco resulta brillante su desarrollo dramático. Pero la cineasta sale bien parada al conseguir darle credibilidad a la puesta en escena del campo de concentración y a la figura de Boix.
José Luis Sánchez Noriega