El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 2022)
La vida es para los listos, pero no para esos listos que, cegados por la codicia y el exceso de confianza, deciden ignorar sus limitaciones. En manos de Guillermo del Toro, el cine de género vuelve a demostrar que dar al público lo que pide no está reñido con el arte ni con reflexionar sobre la condición humana. El callejón de las almas perdidas es uno de esos remakes que actualizan la narrativa de sus antecesores y proponen variaciones en su manera de tratar al público. Esto último se traduce en restarle un poco de misterio respecto al modelo original para profundizar en las motivaciones de sus personajes y delegar un poco menos en la imaginación del espectador moderno, cuyas capacidades son tácitamente cuestionadas por el director mejicano.
De alguna manera, del Toro propone una visión más terrenal de las ambiciones humanas para garantizar que el trasfondo de la película se haga merecedor del respeto crítico y la rescate del consumo meramente popular. O lo que es lo mismo, pide que se lo tomen en serio a pesar de haberse entregado nuevamente a los placeres del cine de género. A través de las grietas de esa solemnidad, se atisba un cierto complejo que, en ocasiones, resta naturalidad a la propuesta.
No obstante, se percibe el entusiasmo con que el director afronta algunos de los pasajes más acertados del filme, como esa media hora inicial en la que se abandona a la construcción de la atmósfera apropiada y de un personaje principal que apenas articula una sola palabra. No sería descabellado pensar que ahí radica parte del mensaje del filme: el poder que otorga mirar, escuchar y analizar antes de dar un paso en falso, un poder que, como cualquier asunto relacionado con el ser humano, no es bueno ni malo per se, sino en base a cómo sea utilizado por cada persona.
Se trata de esa magia que no depende de una varita, sino de la parte de nuestra historia que todos llevamos al descubierto a nuestro pesar y para alegría de quién quiera utilizarla en nuestra contra. En este caso concreto, la codicia es el motor que lo activa y lo gestiona, así como es el combustible que hace avanzar la narración hasta un desenlace que, en cierto modo, mejora el original: al igual que en los primeros compases del filme, del Toro se toma con calma esa caída a los infiernos con la que el séptimo arte suele castigar a sus personajes más ambiciosos y cierra un círculo casi perfecto que simboliza el ciclo imparable de la mezquindad humana.
Y es que bajo un diseño de producción espectacular El callejón de las almas perdidas jura fidelidad a su antecesora en su castigo de esos Ícaros que se atreven a volar demasiado cerca del sol antes de caer en el abismo de las alas calcinadas.
Carlos Fernández Castro