Dublineses (Los muertos) (The Dead) (1987)
Nota: 10
Dirección: John Huston
Guión: Tony Huston (Relato: James Joyce)
Reparto: Anjelica Huston, Donald McCann, Helena Carroll, Cathleen Delany, Ingrid Craig, Rachel Dowling, Dan O’Herlihy, Marie Kean
Fotografía: Fred Murphy
Duración: 81 Min.
A veces las cosas suceden sin un motivo aparente, cuando menos te lo esperas. Puede que nada las anticipe, o tal vez sean objetivamente previsibles. Pero todo lo que tiene que ocurrir, ocurrirá, sin importar lo que uno haga para evitarlo. ¿Acaso había alguna manera de que el protagonista de Dublineses sospechara el terremoto emocional que estaba a punto de desestabilizar su plácida existencia? Si hubiéramos preguntado a cualquiera de los conocidos o familiares que asistieron a la cena de esta fatídica noche, hubieran respondido con un rotundo no. Pero ¿y si preguntáramos al espectador?
Desde el primer momento, Huston nos proporciona el punto de vista ideal para otear un ejército de nubes negras en el horizonte: durante su actuación, la voz de la tía Kate muestra las grietas que suelen anticipar un silencio eterno; el poema entonado por Mr. Grace describe ese tipo de dolor que solo puede sentir el corazón; el alcohol hace brotar pequeñas rencillas sobre la mesa del banquete. En definitiva, una sinfonía de truenos que prepara la llegada de la tormenta final, aunque las convenciones sociales y la tradición intenten desviar la atención de los personajes y de los que observan al otro lado de la pantalla.
Al contemplar las imágenes y el tono narrativo del film, ya no percibimos al Huston bribón e histriónico de la primera etapa. Tampoco hay rastro de la mala leche que derrochó en el ecuador de su carrera. A lomos de una silla de ruedas y acompañado de una bombona de oxígeno, el director americano realizó su trabajo más equilibrado, sensible y elegante. Como si de un elefante (animal que el muy canalla solía cazar en África) se tratara, emprendió un viaje hacia el lugar donde su filmografía exhalaría el suspiro final.
Con una bala en la recámara, el director de Fat City se esmeró en controlar la habitual fuerza expresiva y el perenne sentido del humor de su cine. Por esta misma razón, los planos de Dublineses rebosan la serenidad de quien ha vivido lo suficiente como para conocer el verdadero significado de la nostalgia. Porque si un concepto puede definir esta película, hasta que el desasosiego se apodera del producto final, es la nostalgia que emana de sus imágenes. Imágenes del presente que remiten al pasado y que probablemente no encontrarán un eco en el futuro.
Por esa misma razón, la sosegada dirección de John Huston se toma el tiempo necesario para que el espectador pueda reconstruir el árbol genealógico y social presentado en tan litúrgica cena. La rutina ejerce su implacable tiranía sin que se divisen rebeldes que intenten boicotearla: como en todas las navidades, Charlie será fiel a esa borrachera que anualmente avergüenza a su anciana madre; tras los bailes y la socialización todos se sentarán a la mesa e intercambiarán impresiones sobre los escándalos más novedosos y los recuerdos más caducos; y el Sr Grace leerá unos versos (Promesas rotas, Broken Bowa, de Lady Gregory) que conmoverán a todos los asistentes y provocará las primeras grietas en el amable tono del film:
“Es tarde, anoche, el perro hablaba de ti;
el pájaro hablaba de ti en el profundo pantano.
Decía que tu eres el ave solitaria a través del bosque
y que, probablemente, sigas sin pareja hasta que me encuentres.
Que me diste tu palabra y me mentiste
y que estarías junto a mí cuando se reunieran los rebaños.
Te llamé con un silbido y trescientos gritos
pero allí no había más que un corderillo balando.
Me prometiste algo difícil de conseguir,
un barco de oro bajo un mástil de plata;
doce ciudades cada una de ellas con un mercado
y un bello patio blanco al lado del mar.
Me prometiste algo que no es posible,
que me regalarías unos guantes de piel de pescado;
que me regalarías unos zapatos de piel de pájaro
y un vestido de la mejor seda de Irlanda.
Mi madre me dijo que no hablara contigo ni hoy
ni mañana, ni el domingo;
pero eligió un mal momento para decírmelo;
fue como cerrar la puerta cuando ya habían robado la casa.
Tú me has dejado sin este,
tú me has dejado sin oeste,
me has dejado sin lo que había de mí
y sin lo que había detrás de mí,
tú me has quitado la luna,
tú me has quitado el sol también
y mi terror es inmenso.
Tú, incluso, me has arrebatado a Dios.”
Y cuando parece que todo se ciñe escrupulosamente a un guión esquivo con las emociones fuertes, suenan los acordes de una melodía. Repentinamente, el tiempo se detiene y Gretta con el. Disfrazado de nostalgia hasta ese momento, el pasado se engalana de tragedia olvidada y secuestra los pensamientos de la protagonista. En mitad de una escalera, la película costumbrista de Huston se convierte en un drama existencial que nos abandonará en un callejón sin salida. Al igual que Gabriel, el espectador se siente superado por los acontecimientos, consciente de que tanto el corazón de una mujer como el cine de John Huston jamás rindieron cuentas a nadie.
Carlos Fernández Castro